¿Podremos vivir algún día en una Argentina en la que no se polarice absolutamente todo?
El fin de este 2020 nos lleva, indefectiblemente, a hablar de un año impactantemente singular que nos enfrentó a un sinnúmero de problemas. Muchos de ellos son deudas históricas de nuestro país que han sido profundizadas por la pandemia y hoy se convirtieron en urgencias ineludibles. Los últimos datos del Observatorio de la Deuda Social de la UCA estiman que al menos 20 millones de personas viven en la pobreza. Casi la mitad de nuestro país. Alrededor dos tercios de nuestros niños y niñas la sufren. Lamentablemente hay algo que es aún más inmoral: seguir con las mismas formas de hacer las cosas, mientras esta realidad sigue empeorando.
¿Podremos vivir un día en una Argentina en la que no se polarice absolutamente todo? Ayer fue la cuarentena, hoy es la educación y la vacunación, mañana será otro tema que nos dividirá en luchas inútiles. Los argentinos transformamos todo en una batalla entre facciones. Hemos renunciado al pensamiento crítico y estamos atrapados en esas dicotomías que paralizan e impiden que surgen opciones superadoras. Dejamos de discutir seriamente y solo nos planteamos falsos dilemas para ganar peleas intrascendentes. Lo dijimos en muchas oportunidades, pero debemos repetirlo muchas más: en un país empobrecido y sin proyecto consolidado como el nuestro, la grieta es una tragedia y las diferencias sostenidas a ultranza son una condena.
Para superar esta incertidumbre asfixiante, en vez de esta ridícula obsesión de “hundir” a los opositores, necesitamos una dirigencia unida por un sentido y el propósito común. Los países necesitan líderes más humildes que admitan errores y derrotas, que acepten que no saben muchas cuestiones, que estén dispuestos a escuchar, que no basen sus decisiones solo en las encuestas, las meras intuiciones y los humores espasmódicos. Y, sobre todo, líderes que dejen de dividirnos de una vez. Es urgente que pensemos, planifiquemos y construyamos un país diferente. Necesitaremos innovación y creatividad en las propuestas para salir de esta nueva crisis.
Cuando logramos dialogar razonablemente, nos damos cuenta de que podemos encontrar suficiente consenso acerca de pasos básicos para encaminar a nuestro país a un desarrollo sostenible. Sin embargo, tenemos fuertemente arraigadas las dificultades que nos generamos a la hora de realizar acciones colectivas para el bien común. Debemos dejar de organizarnos en torno a los ciclos electorales y lograr acuerdos de largo plazo. Porque los problemas que nos ahogan tendrán persistencia (y nos ahogarán cada vez más) a menos que logremos fijarnos metas colectivas firmes y sustentables para lograr el bienestar de toda la sociedad argentina. Y cuando decimos toda, decimos toda.
En este sentido, hace unos días tuve el gusto de conversar con el economista y político español Ramón Tamames, considerado uno de los arquitectos de los Pactos de la Moncloa, y Eduardo Barrera, que se desempeña como evaluador externo de la Comisión Europea en temas de Nuevas Tecnologías y Transición Ecológica y fue Secretario de Estado durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Nos convocaba esta idea que venimos sosteniendo hace largo tiempo: en Argentina necesitamos un nuevo pacto social, que nos una en una visión estratégica para el largo plazo, más allá de las diferencias superficiales.
En esa conversación, Ramón Tamames recordó que los Pactos de la Moncloa marcaron de manera indeleble el comienzo de la nueva democracia española, dándole solidez y respeto general. Se trató de un compromiso histórico que unía a disímiles posiciones políticas/partidarias en un proyecto común de desarrollo, progreso y paz social.
Luego de 40 años de dictadura, los pactos sirvieron para asentar la democracia en un momento crítico de alta inflación, alto desempleo, ingresos públicos reducidos, economía frenada. Fueron, además de un gran acuerdo político, un proyecto de reconstrucción de las instituciones y un programa de recuperación económica.
En esta dirección, Barrera señalaba la urgencia de un pacto similar en nuestro país que convoque a todos los sectores políticos para que hagan sus aportes y de esa síntesis surja un plan estratégico de todos los argentinos. Es que debemos encarar desafíos tan profundos que necesitan un horizonte de planificación que excede largamente los ciclos electorales. Solo de esta manera podremos pensar en el bien común de manera sostenible.
La sociedad en su conjunto tiene la responsabilidad de comprometerse con estos caminos y estas metas demandar y demandar a nuestros representantes que dejen de lado las chicanas para abordar los problemas seriamente. Necesitamos un diagnóstico detallado y honesto, sin mezquindades, sin buscar culpables y sin especulaciones electorales que nos oriente a diseñar ese gran pacto que necesitamos para crecer. Lograr esa comunidad de entendimiento, como generó los Pactos de la Moncloa, requiere que todos hagamos concesiones, se dejen de lado los fundamentalismos y se ponga el bien común por delante de los intereses mezquinos y cortoplacistas.
Ha sido un año muy difícil que nos deja cansados y entristecidos por tantas dificultades, tanto padecimiento de tantos, sobre todo aquello que menos tienen; también nos expone a mayores desafíos en todos los aspectos de la sociedad: económicos, ecológicos, educativos, de salud. No será fácil resolverlos. Pero sepamos una cosa: si pretendemos abordarlos debemos poner la cooperación por encima del miedo y el propósito común por encima de la discordia. Argentina necesita de todos y todas para sanar las heridas. Para ponerse a caminar.
Facundo Manes es Doctor en Ciencias, Cambridge University. Neurólogo y neurocientífico, Fundador de Ineco y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Investigador del CONICET.