La “procrastinación” es uno de los fenómenos más frecuentes de nuestros tiempos y consiste en el abandono de objetivos importantes en función de algo más inmediato. ¿Por qué llevamos a cabo esta conducta aparentemente irraciona
Muchas veces nos encontramos ante una lista de tareas a realizar y, en vez de comenzar inmediatamente con el trabajo, nos distraemos, revisamos mails, chequeamos redes sociales, perdemos el tiempo haciendo un sinfín de cosas sin importancia para el momento. En otras palabras, procrastinamos, es decir, evitamos llevar a cabo nuestras responsabilidades.
Llamamos “procrastinación” al abandono de los objetivos importantes a largo plazo en función de una gratificación inmediata. Así, postergamos las obligaciones, aun cuando se trata de actividades que disfrutamos y nos resultan placenteras. Se lo considera uno de los fenómenos más frecuentes de nuestros tiempos.
Cuando esta conducta se convierte en una forma de vida, no solo comienza a representar un gran obstáculo a nuestra felicidad, sino que también repercute negativamente en la salud. Los procrastinadores suelen desarrollar hábitos perjudiciales como dormir mal, hacer poco ejercicio físico y, como consecuencia del retraso en la realización de las tareas, a menudo, sufren altos niveles de estrés. Además, generalmente, no se realizan chequeos médicos porque, por supuesto, se trata de un asunto más que puede esperar.
¿Pero por qué llevamos a cabo esta conducta aparentemente irracional? Una de las principales explicaciones tiene que ver con el hecho de que todas las personas buscamos evitar las situaciones o tareas displacenteras. La segunda es que la motivación para llevar a cabo una conducta es inversamente proporcional al tiempo que resta para obtener la recompensa o el resultado de la conducta. Asimismo, la capacidad de las diferentes personas para no procrastinar depende de su capacidad ejecutiva, su tendencia a la distracción o su impulsividad. El estrés, la fatiga, la ansiedad o la depresión también atentan contra nuestra capacidad de resistir la postergación.
Ahora bien, ¿cómo podemos terminar con esto? Debemos saber que no es imprescindible estar inspirado o con determinada predisposición para poner en marcha las actividades. Hay que imponerse como plazo cinco minutos de largada sin pensar mucho y, luego, todo fluirá mejor. Por ejemplo, si debemos hacer ejercicio físico y esperamos sentirnos con energía y ganas para ello, probablemente no comencemos nunca. La energía vendrá cuando estemos en acción. Otra técnica que puede ayudarnos es descomponer nuestra tarea en partes más pequeñas o simples y comprometernos a realizar por lo menos una de esas partes de forma inmediata. Al hacer esto, no nos abrumamos y evitamos sentir ansiedad. Alcanzar grandes logros nos lleva mucho tiempo y esfuerzo. Por eso, la mejor estrategia que podemos tener para conseguirlos es avanzar de a poco y no estresarnos por alcanzar la meta. La única certeza de no alcanzar alguna vez la cima es si nunca hemos empezado a subir la cuesta.