Acuerdos para la educación

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Clarín

Sin duda nos debemos una fuerte reflexión sobre la necesaria reforma del sistema educativo y seguramente esta pandemia acelere esos cambios indispensables.

Millones de niños, niñas y adolescentes en edad escolar alrededor del mundo vieron modificadas sus rutinas en estos últimos largos meses. De una manera o de otra, las circunstancias nos obligan a nosotros, los adultos, a dar respuesta a un derecho esencial: su educación. Además, cada realidad de cada comunidad, de cada país, constituye una problemática especial. No es igual cómo impacta este flagelo en los países desarrollados que en los nuestros.

Hace unos días recibimos con terrible preocupación los nuevos índices de pobreza de la Argentina, que indican que más de la mitad de los niños, niñas y adolescentes son pobres. Estas inmorales desigualdades tienen, obviamente, un correlato en lo educativo.

Quienes han tenido mejores recursos para continuar con las clases desde sus casas, cuentan con una gran ventaja sobre aquellos que no tienen acceso a dispositivos ni conectividad, la confortabilidad del espacio hogareño para el estudio y el apoyo del entorno necesario.

Aún más gravemente, en muchos lugares, ir o no a la escuela hace también la diferencia entre tener una o dos comidas al día. No podemos permitir que más familias sigan cayendo en la pobreza sin perspectivas de poder recuperarse en el mediano plazo. La educación tiene la potencialidad de brindar esa red de contención y progreso. No es un eslogan vacío. Es así.

Por eso, hoy más que nunca, es momento de dejar de desviar la discusión hacia otros temas que no son tan prioritarios y urgentes como este. Partiendo de la base de que unos y otros han hecho su mayor esfuerzo para enseñar y para aprender hasta aquí, debemos prepararnos para que los efectos de la pandemia no se extiendan en el largo plazo.

¿Qué estamos pensando a futuro? ¿Estamos teniendo en cuenta con qué chicos y chicas nos vamos a encontrar? ¿Cómo van a estar los docentes? ¿Cómo vamos a zanjar las carencias (sociales y de contenidos) de este año atípico? ¿Vamos a emparchar lo existente o vamos a tomar esta oportunidad para pensar más allá de lo inmediato?

Niños y niñas han salido de sus estructuras habituales durante este tiempo, lo que implica una exposición prolongada a altos niveles de estrés.

Hoy las consultas profesionales de familias y docentes tienen que ver con que existe un tremendo aburrimiento, una resistencia absoluta a conectarse a las plataformas, cansancio extremo y falta de motivación. Y, como bien explica la doctora Andrea Abadi, Jefa del Departamento Infanto-juvenil de INECO, estar motivados es el combustible que nuestro cerebro necesita para poder aprender.

Las estrategias educativas, virtuales o presenciales, deben buscar maneras novedosas de motivar a los estudiantes nuevamente.

Asimismo, muchos manifiestan emociones relacionadas al miedo a salir del hogar o a compartir con otras personas. Es importante estar preparados para brindar ambientes y herramientas para enseñarles a cuidarse, ayudándolos a reducir el temor al contacto con otros y al contagio.

Esta pandemia ha venido a reforzar algo que ya sabíamos: que los maestros y las maestras son la pieza clave de toda comunidad. Son quienes tienen la enorme labor de formar la masa crítica de nuestra población. Son, y deben ser siempre, personal esencial de nuestro entramado social.

Así como una videollamada nunca reemplazará un abrazo, las clases a distancia no reemplazarán nunca por completo el vínculo presencial. Y, si bien la virtualidad ha sido un gran aliado para sostener la educación, sabemos que existen dificultades de acceso a la tecnología y a la conectividad para poder asegurar la “presencialidad digital” en las aulas virtuales. Es urgente trabajar en cerrar la brecha digital que hoy hace la diferencia entre poder o no educar y educarse.

Sumado a esto, existe una gran diversidad en relación a las herramientas con las que cuenta cada familia para asistir en el proceso de enseñanza-aprendizaje, indiferentemente de si los niños se conectan virtualmente o reciben guías de trabajo en papel, lo que tiende a profundizar la desigualdad de oportunidades.

Estamos ante un problema con muchas aristas. Debemos considerarlo en toda su complejidad y pensar muy bien los pasos que siguen. No puede ser esto también una puja entre consignas huecas para llevar agua para el molino propio y seguir ensanchando la grieta. Cuando se habla de presencialidad o vuelta a las escuelas, no puede separarse del cómo ni del sentido profundo de estas acciones.

La vuelta a las escuelas es importante no sólo en función de brindar los contenidos curriculares y de tener garantizado un espacio y un tiempo donde se asegure el derecho a aprender, sino, también, en función de la sociabilidad y de poder compartir entre pares. Esto deberá hacerse, además, en una relación más estrecha entre escuela y familia.

Sin duda nos debemos una fuerte reflexión sobre la necesaria reforma del sistema educativo y seguramente esta pandemia acelere esos cambios indispensables. Se necesita una política pública prioritaria que tenga en cuenta la formación integral y el acompañamiento de cada niño y cada niña, sobre todo de quienes más lo necesitan. ¡Debe haber acuerdo al menos sobre esto!

La educación no es solo información. Se trata de construir identidad, de establecer un propósito, de lograr una mente abierta, de minimizar los prejuicios, de utilizar los recursos cognitivos, emocionales y sociales. No podemos permitir que nadie se quede afuera. Debe ser siempre nuestra prioridad.

Pero esta tragedia que estamos viviendo puso mayor luz sobre las urgencias, sobre las inequidades y también sobre las oportunidades y los desafíos. Invertir en la educación de las personas no es un lujo de los países desarrollados.

Es la herramienta indispensable para luchar contra la desigualdad y lograr un desarrollo sustentable y sostenido en el tiempo. Los Estados y las sociedades tienen una gran responsabilidad en esto. Hablamos de nosotros.

Facundo Manes es Doctor en Ciencias de la Universidad de Cambridge. Fundador de Ineco y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Investigador del CONICET.