Nuevas conductas para nuevos contextos

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Clarín

La polarización política es un impedimento para las acciones comunitarias que requieren compromiso y coordinación, erosiona las relaciones sociales y perjudica la economía y la salud pública.

En este tiempo extraordinariamente duro que vivimos desde hace tantos meses, casi todos nosotros, seguramente, sentimos cansancio, falta de motivación, falta de concentración, preocupación, incertidumbre.

Como si fuera poco, además, nos parece anormal para nuestra manera de ser, injustificado, y nos sentimos mal por sentirnos mal. Lo que debemos comprender es que, cuando cambian nuestras vidas –sea por la pandemia en sí misma o por las medidas para hacerle frente-, se transforma nuestra relación con el entorno y se afecta nuestro ánimo.

Un estudio reciente, realizado por Fundación INECO, dio cuenta de que el impacto psicológico abarca un rango de reacciones que incluye: estados emocionales intensos, pero dentro de la normalidad, reacciones de adaptación problemáticas que causan malestar significativo y dificultades de funcionamiento, aunque son transitorias: síntomas de ansiedad, ánimo decaídos y dificultades para adaptarse a esto contexto novedoso, cambiante y de alta incertidumbre.

En este estudio se observó que la fatiga mental era el factor más importante para explicar sentimientos de ansiedad y el ánimo decaído de las personas.

No hacer las cosas que hacemos siempre y hacer aquellas que habitualmente no hacemos requieren de un gran esfuerzo cognitivo. Y el agotamiento resultante puede llevarnos a tomar malas decisiones como, por ejemplo, abandonar las conductas de cuidado.

Es importante recalcar que se debe tener en cuenta y no minimizar el impacto en las personas afectadas de manera más leve, por dos motivos principales. Primero, en el corto plazo: el malestar y la fatiga resultante atentan contra la adherencia a las medidas sanitarias. Segundo, en el medio y largo plazo, esas personas, de no resolverse su cuadro actual, y si perduran las condiciones adversas, pueden desarrollar problemas más importantes.

La pandemia del COVID-19 representa una crisis masiva de salud y es, a la vez, una crisis que nos demanda modificar el comportamiento a gran escala y que pone una gran carga psicológica sobre las personas. Es en este sentido que las ciencias del comportamiento pueden ayudar a alinear las recomendaciones de epidemiólogos y sanitaristas con las conductas que nos ayudan a sobrellevar esto de la mejor manera posible. Tomar mejores decisiones respecto de nuestra salud depende de poder medir con precisión los costos y beneficios de cada acción, para uno y para los demás. Y las emociones juegan un rol preponderante en nuestra percepción del riesgo, aún más que la información fáctica.

Por ejemplo, cuando estamos experimentando una emoción negativa, tendemos a concentrarnos en la información negativa al momento de tomar una decisión. Si la sensación generalizada es de miedo, ansiedad e incertidumbre, es más probable que las personas se focalicen en los datos negativos para tomar sus decisiones.

Además, la percepción de amenazas hace que las personas se vuelvan más etnocéntricas, más intolerantes y punitivas con los grupos sociales con quienes no se identifican, aumentando los prejuicios y la discriminación.

Entonces, si la comunicación de las políticas de prevención busca ser efectiva, no debe intentar inducir al miedo. Pero debe también tener en cuenta el otro riesgo, que es el “sesgo de optimismo”, la creencia infundada de que es más probable que algo malo les ocurra a otros que a nosotros mismos. El sesgo de optimismo puede llevarnos a ignorar las medidas de precaución y cuidado.

Por lo tanto, las estrategias de comunicación deberían balancearse para desarmar los sesgos sin inducir a sentimientos de miedo y ansiedad. Lo mejor es comunicar las amenazas reales y proveer herramientas probadamente eficaces para hacerles frente. Hoy lo más importante es cuidarse, usar correctamente los instrumentos de protección como el tapabocas, mantener distancia física, lavarse las manos y evitar los conglomerados de personas.

Otro foco de la comunicación debe estar puesto en resaltar nuestra naturaleza altruista y cooperativa, actitudes que suelen aparecer en situaciones de emergencia, como puede ser un incendio, un desastre natural o una epidemia. Debemos recordar que esta situación nos convoca a todos. La polarización política es un impedimento para las acciones comunitarias que requieren compromiso y coordinación, erosiona las relaciones sociales y perjudica la economía y la salud pública.

Las políticas psicoeducativas reducen la posibilidad de sufrir síntomas de depresión, ansiedad o el abuso de sustancias. Por esto, es clave remarcar que la salud mental no puede separarse de la salud física.

Se trata de un todo integral, y, además, la salud general de la población guarda relación con la capacidad de desarrollo que tiene una sociedad. Es por eso que su cuidado debe ser tenido en cuenta en todos los niveles de toma de decisiones. Necesitamos urgentemente una estrategia a escala global que considere la importancia de preservar y potenciar el desarrollo integral de todas las personas. Ese esfuerzo ayudaría a una recuperación económica y social con mirada de largo plazo.

Necesitamos cuidar la salud mental para poder continuar con nuestras vidas, para poder reimaginar el país y llevar adelante esa gran tarea. La inversión en salud mental y desarrollo cognitivo será clave para la recuperación y la resiliencia post COVID19.

Tenemos que estar fuertes para pensar y hacer la Argentina del día después. Será muy difícil llevarlo adelante con una sociedad agotada, deprimida, sin horizonte de futuro y dividida por luchas inútiles y superficiales. Debemos prepararnos para las futuras e imprescindibles fases que hagan, de una vez por todas, una Argentina con desarrollo y equidad.

Facundo Manes es Doctor en ciencias, Universidad de Cambridge. Neurólogo y neurocientífico. Fundador de Neurociencias Favaloro e INECO , Investigador del Conicet