Coronavirus y la pandemia de miedo y ansiedad

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El País

Nos encontramos en estos días de comunicaciones instantáneas, Internet y redes sociales inmersos en un impactante trauma global. Nos sentimos pasmados frente a algo inesperado y desconocido a pesar de este cúmulo formidable de información que recibimos en tiempo real y esta posibilidad de conocer y pronosticar los acontecimientos futuros al detalle como nunca antes en la historia. Todo esto nos trae a cuenta dos ideas que de alguna manera parecían haberse desvanecido en esta hipermodernidad: la del ser humano vulnerable y la del valor clave que tiene la comunidad.

La crisis del coronavirus que asola al mundo entero tiene distintas secuelas: por supuesto una primaria que tiene que ver con una crisis sanitaria y, como consecuencia de esta, una crisis económica y social; pero también se liga con un gran impacto en las emociones y en los comportamientos individuales y sociales.

Los seres humanos somos, básicamente, seres emocionales. Las emociones son episodios de cambios afectivos complejos frente a las diferentes circunstancias de la vida. Estas reacciones integran diversos componentes corporales y sentimientos subjetivos internos. Se trata de una vía alternativa de procesamiento de información al pensamiento consciente más elaborado que nos orienta a tomar decisiones en circunstancias rápidas. Sin las emociones nos sería imposible resolver situaciones que exceden las capacidades de análisis lógico-racional, ya sea porque nos falta información más detallada o por la velocidad de las circunstancias para las cuales la decisión racional puede llegar a ser muy lenta. En ese sentido, el cerebro parece estar programado para asociar ciertos estímulos con determinadas respuestas, como las reacciones de miedo que tenemos frente a una amenaza.

El miedo es un estado emocional generado por la percepción de un peligro o amenaza próxima. Tiene una función preponderante, porque a diferencia de otras emociones básicas, el miedo no puede ser pospuesto. Hace que el mundo se detenga, que todo el resto entre en un compás de espera hasta que ese peligro sea resuelto de alguna manera. La versión más evolucionada del miedo es la ansiedad, que corresponde no a un riesgo presente, sino a una emoción orientada al futuro. Es un sistema más complejo para detectar de forma anticipada o prevenir acontecimientos que se perciben como potencialmente negativos. La ansiedad es una respuesta adaptativa que puede ser muy útil, ya que también nos ayuda a la supervivencia.

En este proceso emocional también intervienen los sesgos. Un sesgo cognitivo es una fórmula que sintetiza varias operaciones mentales o pensamientos encadenados. Uno de estos atajos mentales ligados al miedo y a la ansiedad es la “catastrofización”. Es una operación mental rápida que ante una situación ambigua tiende a asumir la opción negativa. Como el pensamiento elaborado es influenciado por nuestras experiencias y aprendizajes, no está exento de errores no intencionados. Por ejemplo, por haber vivido una serie de situaciones que pusieron en jaque la salud de personas próximas, creemos que esta pandemia actual será sumamente desgraciada para nosotros. Si nuestros sesgos catastrofizan, es posible que los estímulos que activan el sistema de peligro terminen siendo confirmados como tales por el pensamiento elaborado. Estas conductas se extenderán en el tiempo para garantizar seguridad y continuarán hasta que esa percepción disminuya. Entonces la actuación de los sesgos ante las noticias sobre la pandemia mantendrá intactos los mecanismos del miedo y los hábitos que se desarrollaron para reducirlo, que muchas veces paradójicamente pueden aumentarlo. Así, se generalizará la percepción de inseguridad haciéndonos sentir aún más vulnerables. En el sentido contrario, si nuestros sesgos minimizan el peligro, podrían hacernos pasar de confiados. Por ejemplo, no registrar como importantes las recomendaciones de la autoridad sanitaria e incumplirlas. En suma, los sesgos pueden ser responsables de cómo sobrellevamos nuestros mecanismos innatos para la supervivencia. A su vez, pueden no adaptarse a situaciones nuevas y llevarnos a desarrollar malos hábitos de cuidado y seguridad, catastrofizantes o minimizantes.

Es por esto mismo que en este contexto debemos actuar con responsabilidad, tranquilidad y precisión. La sobreinformación puede aumentar la sensación de riesgo y, por ende, de miedo y de ansiedad: la sumatoria de estímulos no acrecienta el riesgo real, pero sí la sensación de amenaza y así juzgamos más probable que nos ocurra. Además, la ansiedad nos lleva a tomar medidas de seguridad que nos alivian transitoriamente (lo que se denomina “ilusión de control”) pero que en realidad hacen que la ansiedad reaparezca luego con mayor intensidad. Por su parte, los seres humanos estamos muy influidos por los demás y estamos finamente sintonizados para monitorear lo que todos los demás están haciendo (incluso inconscientemente). La mayoría de nosotros usamos “lo que hacen otras personas” como otro atajo mental para “decidir cuál sería el comportamiento apropiado” si no estamos seguros. Es un mecanismo de decisión simple. Entonces, si vemos a una persona con determinada actitud excesivamente precautoria, inclusive en desmedro de su comunidad (como acopiar de más), la reacción más natural es hacer lo mismo, lo que sin dudas produce un círculo vicioso y un problema mayor para toda la comunidad.

Por todo esto la información justa es el primer gran antídoto para sobrellevar esta pandemia del comportamiento. Debemos enfocar nuestra atención en la información experta ya que eso sí puede ayudarnos a reducir los riesgos reales y protegernos. Hacer de más no trae mayores beneficios (y, como vimos, puede traer perjuicios a uno y a la comunidad); y, por supuesto, no hacer lo que hay que hacer también tiene consecuencias negativas para nosotros y los demás.

Las crisis requieren de la voluntad colectiva de ayudarnos unos a otros. Así como nos hace dar cuenta de manera muy cruda sobre la vulnerabilidad de la especie, también nos pone frente al reto de saber que de ese espíritu cooperativo depende que podamos salir. El altruismo funciona como una razón más poderosa que la obligatoriedad. El real valor de nosotros como seres humanos no se da frente a la ausencia de miedo, sino en la responsabilidad y el compromiso solidario de cada uno con los demás.