Como sabemos, el amor es uno de los temas más elaborados por las obras artísticas. Grandes películas, novelas y poemarios están atravesados por grandes amores. Y también constituye un interesante desafío para la neurobiología. Podemos intentar definir el amor como un estado mental subjetivo que consiste en una combinación de emociones, de motivación (clave en el logro de metas y objetivos) y funciones cognitivas complejas.
El amor modifica nuestro cerebro. Por eso, es más que una emoción básica: es un proceso mental sofisticado que afecta nuestros cerebros a través de activaciones en áreas específicas. Diversos estudios han demostrado que, cuando las personas están profundamente enamoradas, tienen fuertes manifestaciones somatosensoriales: sienten el amor en sus cuerpos y en sus mentes, están más motivadas, tienen mejor capacidad para enfocar su atención y reportan ser más felices. Esto se debe, en parte, a que aumentan los niveles de dopamina, que, como sabemos, genera placer, entusiasmo, energía y motivación. Este mensajero químico puede provocar sentimientos tan agudos de recompensa que hace que el amor nos genere uno de los momentos de mayor bienestar.
Estudios de neuroimágenes funcionales han evidenciado que el amor activa sistemas de recompensa del cerebro (las mismas áreas que se activan cuando las personas sienten otras emociones positivas, cuando están motivadas o cuando pueden anticipar una experiencia de gratificación) y se desactivan los circuitos cerebrales responsables de las emociones negativas y de la evaluación social. En otras palabras: la corteza frontal, vital para el juicio, se apaga cuando nos enamoramos y así logra que se suspenda toda crítica o duda.
Áreas del cerebro importantes en la regulación del miedo y regiones implicadas en emociones negativas también se apagan. Esto podría explicar por qué nos sentimos muy felices con el mundo –y sin miedo de lo que podría salir mal– cuando estamos enamorados. También se observó que el amor está relacionado con algunas activaciones específicas en las áreas del cerebro que median funciones cognitivas complejas, como la cognición social, la imagen corporal y asociaciones mentales que se basan en experiencias pasadas.
No existe evidencia de una sociedad sin amor. Es más: si narrásemos la vida de cualquier persona como una sucesión de acontecimientos, podríamos dar cuenta de que el amor resultó ser el motor de gran parte de esos hechos vividos. Los estudios del cerebro y el amor conforman un campo de la neurociencia social aún incipiente y hay muchas áreas nuevas para abordar. Es un desafío fascinante para descifrar la implicación del cerebro en la experiencia amorosa y, sobre todo, para definir de qué hablamos cuando hablamos de amor.