Las redes sociales nos muestran como nunca los logros, los viajes y los objetos materiales que tienen los demás. Mucho de lo que los otros presumen es lo que nosotros no tenemos y deseamos. De esta actitud, ni más ni menos, surge la envidia. Se trata de una emoción social, que responde a una estrategia adaptativa, caracterizada por reacciones afectivas negativas. Se intensifica cuando la posesión deseada es relevante para el estatus social, cuando la persona envidiada es importante para uno o cuando es similar en términos de edad, género, clase social e intereses.
Los seres humanos tendemos –por defecto– a mantener un autoconcepto positivo. Por eso el cerebro procesaría la envidia como un conflicto que surge de procesar información externa que contradice ese autoconcepto. Aunque, como sabemos, el cerebro trabaja en red, algunos estudios neurocientíficos han mostrado que esta emoción se asocia con la actividad de una región cerebral llamada “corteza cingulada anterior”, implicada en la detección de errores y en el procesamiento de conflictos cognitivos, así como de otros fenómenos de carácter doloroso.
Algunas teorías distinguen entre la envidia maliciosa y la benigna porque tendrían efectos diferentes en la cognición, la emoción y la conducta. Si bien en los dos tipos las personas se sienten mal, la diferencia fundamental que llevaría a experimentar una u otra forma tiene que ver con cómo se valora cognitivamente la situación.
La envidia maliciosa se desencadenaría cuando se cree que la persona envidiada no merece el estatus que ostenta, su “superioridad” sobre uno, y cuando se percibe falta de control sobre la situación. Además, en la envidia maliciosa el foco atencional está puesto en el otro. Se relaciona con sentimientos propios de inferioridad, resentimiento y, en ocasiones, hostilidad dirigida hacia la persona o grupo que la provoca. Se manifiesta como un deseo de que el envidiado pierda la posesión o cualidad para reducir el propio sentimiento. Incluso, es posible sentir placer si esto sucede, y se asocia con conductas contraproducentes en el ámbito laboral, engaño y disrupciones sociales en los grupos, entre otras.
En cambio, la envidia benigna tendría lugar cuando se cree que la persona envidiada merece lo que tiene, y que uno mismo tiene el control para lograrlo. Asimismo, se vincula con el anhelo del objeto envidiado y la admiración por el otro. Este tipo de emoción, en vez de causar un deseo de dañar a quien se envidia, conduce a una motivación por mejorar la posición personal. Así, la frustración y los sentimientos negativos generados por la envidia cumplirían en este caso la función de alertarnos de que estamos en desventaja y nos motivarían para mejorar. Por eso, solemos reconocer esta emoción como una “sana envidia”.