La agresión y la violencia constituyen grandes amenazas para cada uno de nosotros y tienen un alto costo para las comunidades. La psicología social estudió qué poder tiene la situación en la que se encuentra una persona en un momento dado para que se desencadene una conducta violenta. Un trabajo emblemático sobre esto es el que llevó a cabo el investigador Philip Zimbardo, de la Universidad de Standford.
Para este estudio, se convocó a un grupo de jóvenes estudiantes elegidos al azar para tomar el rol de guardias o prisioneros en una cárcel ficticia. Los participantes no habían recibido instrucciones específicas sobre cómo actuar. Se observó que a lo largo de seis días los “guardias” fueron comportándose de manera cada vez más sádica con los “prisioneros”. Finalmente, el experimento tuvo que interrumpirse tempranamente por el nivel de violencia desatada. Esta experiencia muestra que las situaciones sociales tienen efectos profundos en la conducta y en la manera de pensar de las personas.
Muchas veces repetimos que los seres humanos somos básicamente seres sociales. Esto implica que nuestra identidad social y cultural está condicionada por nuestra pertenencia a varios grupos (políticos, religiosos, socioeconómicos, etc.). Así, estos grupos nos proveen un sentimiento de identidad, empoderamiento e inspiración. Y somos capaces de ajustar nuestra conducta para encajar y ser aceptados por el grupo de pertenencia.
La historia trágicamente nos muestra que los actos extremadamente violentos suelen ocurrir en el contexto de convulsiones sociales, como guerras y crisis económicas, que hacen que los ciudadanos pierdan la sensación de control y seguridad. Entonces, un mecanismo perverso para sentir que se recupera el control y satisfacer la necesidad fundamental de seguridad es encontrar un “chivo expiatorio”, representado por otro grupo. Adquirir una postura defensiva puede hacer que algunas personas comiencen a creer que todo, incluso la violencia, se justifica.
Este proceso se puede combinar con mecanismos de deshumanización, que llevan a considerar a los miembros de otros grupos como “menos humanos”, disminuyendo la empatía por ellos. Hacer conscientes estos prejuicios y conocer cómo actúan estos mecanismos es la mejor manera de desactivarlos. Todos tenemos que estar siempre comprometidos con esta tarea. Además, son fundamentales en las sociedades modernas el funcionamiento de las instituciones para regular esta violencia y, sobre todo, potenciar las relaciones positivas. Los seres humanos contamos con capacidades como la empatía, la solidaridad y la cooperación. También podemos trabajar en equipo para lograr el bien común y mejorar nuestro mundo. Debemos promover estas capacidades que nos hacen mejores seres humanos.