Decir presente, hacer futuro

  • por

Clarín

El fin de semana acompañé a mi hija a la clase de teatro y, mientras esperaba, había una mamá que estaba ahí también y leía un libro. Estaba ensimismada, anotaba cada tanto, a veces parecía que le respondía con un gesto a lo que leía. Cuando llegó el momento de volver, vi a la señora que cerraba el libro y, con eso, la ceremonia de lectura, y con sorpresa me di cuenta de que se trataba del libro Decir presente, hacer futuro, ese que yo había escrito y publicado hacía unas pocas semanas. Me di cuenta una vez más de esa comunicación milagrosa que el libro sigue provocando, y que da sentido a esa práctica de siglos y siglos en el que uno escribe algo y lo arroja como una botella al mar para que otro lo encuentre, lo lea, lo apruebe o lo discuta a partir de ese rito ìntimo de la lectura que el libro sigue promoviendo, más allá de que estemos atravesando la era digital.

¿De qué se trata este libro? Decir presente, hacer futuro es una propuesta a reflexionar sobre nosotros mismos, nuestra manera de ser, nuestra historia, sobre cómo llegamos hasta y, sobre todo, qué queremos de nosotros mismos. Este nuevo libro nos invita a pensar sobre la necesidad de contar con un proyecto de Nación a partir de un programa político y social que resuelva las desigualdades. Y dar cuenta de que para eso es imprescindible contar con un sueño colectivo que cure la herida que nos divide a los argentinos y nos permita sentar las bases para crecer y desarrollarnos de una vez por todas. Necesitamos pensar y hacer un país para los que vengan. Es nuestra responsabilidad y podemos lograrlo. Tres ejes nos parecen centrales en ese camino. Para poder proyectar crecimiento a largo plazo, resulta urgente superar la crisis humanitaria (erradicar el hambre y luchar contra la malnutrición). Es un escándalo que exista el hambre en un país como Argentina. Esto, que en sí mismo resulta intolerable, además tiene un impacto social mayúsculo. Como señala UNICEF, la desnutrición crónica elimina oportunidades a un niño, pero también al desarrollo de una nación. El hecho de que muchísimos niños en nuestro país no puedan alcanzar su potencial en los primeros años y, en consecuencia, entrar en la escuela sin una base sólida para el aprendizaje es una injusticia para con ellos pero, también, una enorme hipoteca para el futuro. Es imprescindible implementar con celeridad programas de intervención en la temprana infancia que puedan mitigar estas condiciones de desventaja.

Gobernar significa establecer prioridades. Y claro que no debe haber algo más urgente e indispensable que acabar con el hambre. Para resolverlo debe existir una voluntad política real. El compromiso de enfrentar el hambre (y todas las formas de malnutrición) tiene que concretarse en políticas y programas, y en la movilización inmediata y sin trabas de los recursos necesarios. Se trata de una emergencia ante una catástrofe social. Y así debemos responder. El conocimiento debería ser el principal plan económico y social de la Argentina. Hemos probado de todo, menos esto. Muchos siguen sosteniendo que un país tiene que crecer económicamente primero y luego invertir en el desarrollo humano, en ciencia, educación, salud y tecnología. Pero es al revés, y eso pasó en la Argentina: el crecimiento económico sin inversión en desarrollo humano no es sostenible y no reduce la desigualdad. Tenemos que entender que la experiencia de otros países nos muestra que, a mayor inversión en educación, ciencia, tecnología e innovación, más riqueza produce el país.

El tercer componente esencial para cualquier futuro promisorio es unirnos como sociedad. No hay posibilidades de prosperidad con una sociedad fragmentada, que considere al argentino lobo del argentino. El pasado nos divide. El presente nos divide. El futuro puede unirnos atrás de un sueño común. Hace décadas que los argentinos no tenemos un sueño colectivo. El último gran sueño que nos unió fue la lucha por la democracia en los años 80. Y ese gran sueño nos unió más allá de las banderas políticas, de clase social, de si éramos del campo o de la ciudad. Estoy convencido de que el nuevo sueño colectivo debe ser la Revolución del Conocimiento. Nutrir bien a los chicos, asegurar salud y educación de calidad para todos, invertir sostenidamente en ciencia y vincular la investigación con la producción, tener instituciones transparentes y confiables, mejorar la infraestructura, cuidar el medio ambiente, luchar por la igualdad de oportunidades sin importar género o clase social: todo esto es conocimiento. En este siglo XXI, las ideas alimentan la economía de los países y la inversión en conocimiento como política pública –más allá de a quién le toque gobernar circunstancialmente- es un pilar para el desarrollo.

Persiguiendo este sueño escribí este libro, y creo que muchos, como la señora que leía mientras esperaba en la clase de teatro, también persiguen. Brindar la contención imprescindible a quienes están sufriendo, unirnos en un proyecto común y que la inversión y el esfuerzo esté puesto en lo más importante que tenemos: nosotros mismos, los argentinos, nuestras capacidades, nuestra creatividad, el conocimiento que permite la equidad y el desarrollo. Necesitamos recomponer la confianza en que es posible alcanzarlo.