Fake news: que la verdad no se pierda

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Clarín

Gracias a Internet y, sobre todo, a las redes sociales, la forma en que recibimos la información ha cambiado radicalmente. Cada día escuchamos con más fuerza los debates sobre las noticias inventadas que se presentan como si fueran información legítima para engañar a la población, las llamadas fake news.

Se trata de datos que se difunden a gran velocidad y que, a su vez, son difíciles de erradicar. Aún hay gente que cree que hay una conexión entre las vacunas y el autismo, aun cuando la evidencia científica ha demostrado reiteradamente la falsedad de esta idea, por nombrar un caso. ¿Cómo puede explicarse esto desde la ciencia? ¿Existen mecanismos cognitivos que favorecen la propagación de estas falsedades? ¿Por qué son tan difíciles de erradicar?

Las personas evaluamos la veracidad de la nueva información que recibimos a partir de una serie de criterios. Uno de ellos consiste en remitirse a otras personas para decidir si algo es verdadero. Es que confiamos más en nuestras creencias si son compartidas con otros. También la frecuencia con la que recibimos una información actúa en este mismo sentido. Cuanto más familiar nos resulta una creencia, más verdadera nos parece. Este fenómeno mental se llama “efecto de validez”.

Como estamos constantemente recibiendo nuevas noticias y es imposible chequear todo el tiempo cuántas personas creen en algo, entendemos que si escuchamos asiduamente un mismo dato, eso implica que goza de un amplio consenso. No solo la información nos suena familiar, sino que nos da la impresión de que es compartida por mucha gente.

Además, para determinar que una noticia es verdadera, consideramos la evidencia que la apoya. Sin embargo, no siempre nos dedicamos a hacer una búsqueda deliberada de las evidencias que sustentan cada información que nos llega. Entonces, si nos resulta difícil pensar argumentos para sostener esa posición, le restamos credibilidad. Por eso, pocos y simples argumentos que sean fáciles de procesar, como suele suceder con las fake news, son más poderosos que los razonamientos dificultosos. La coherencia de los datos también es un aspecto que consideramos.

Cuando los diferentes datos forman un todo coherente, que tiene sentido, tendemos a creer en su veracidad. Asimismo, es más probable que consideremos verdadera aquella información que es consistente con nuestras creencias y conocimientos previos. A esto se lo conoce como “sesgo de confirmación”. Por el contrario, cuando algo es inconsistente con nuestra forma de ver el mundo, experimentamos reacciones afectivas negativas.

Por último, nos planteamos si proviene de una fuente creíble. En ausencia de datos concretos sobre la credibilidad de la fuente, cobra relevancia nuevamente la familiaridad aparente. Ver repetidamente una cara incrementa nuestra percepción de honestidad y sinceridad. Asimismo, las fuentes nos parecen más creíbles cuando transmiten el mensaje de manera clara, comprensible y fácil de procesar.

Los costos de las fake news en la sociedad no se deben minimizar. Nuestras creencias impactan en las decisiones que tomamos. Por eso, la diseminación de información falsa puede generar serias consecuencias cuando se trata de temas relevantes como la salud. Si, como vimos, se propaga la idea de que las vacunas causan autismo o de que ciertos tipos de alimentos curan el cáncer, ello puede hacer que algunas personas tomen decisiones perjudiciales como no vacunar a sus hijos o reemplazar un tratamiento médico por una pseudoterapia. A gran escala, esto impacta negativamente en el sistema de salud en tanto conduce a más enfermedades, más hospitalizaciones y más muertes. Los costos sociales de las fake news también son altos en la política porque el sistema democrático se basa en una población educada, informada y crítica.

Por su parte, cuando la información falsa se propaga, es muy difícil contraatacarla. Retractar una idea errónea implica, en primer lugar, mencionarla. Esto ocurre en el clásico formato de “mito vs. realidad”, donde se expone primero el mito y luego los hechos que lo contradicen. Así, al repetir la información equivocada para desterrarla, se corre el riesgo de propagarla hacia una audiencia que tal vez no la había recibido previamente. Además, enfrentar mitos y realidades puede promover la idea de que existen controversias entre las dos posturas.

La mejor manera de combatir las fake news es presentar la información verídica de manera clara, comprensible y coherente, sin poner en el centro la noticia falsa. Es decir, incrementar la fluidez y familiaridad de la información correcta, a la vez que se disminuye la fluidez y familiaridad de la información incorrecta. Y por supuesto, es necesario desarrollar estrategias educativas que brinden herramientas para evaluar la calidad de la información que recibimos y fomenten el pensamiento crítico.

En este marco, se hace necesario acordar nuevas políticas que favorezcan el acceso a información verídica. Al mismo tiempo, todos debemos convertirnos en agentes activos, no dar por cierta información según quién la dice o cuántos la repiten, si no apropiarnos de las herramientas para poder determinar si una noticia es verdadera, se basa en evidencias o es simplemente fake.

Es importante ser flexibles, escuchar todas las campanas posibles. No es necesario tomar partido rápidamente por una postura si no contamos con argumentos certeros. Podemos no saber de algunas cosas y estar dispuestos a aprender y hasta a contradecir nuestro sentido común. Se trata de estar atentos para que la verdad no sea ni lo primero ni lo último que se pierda.