Los colores de la política

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Revista VIVA

“Una imagen vale más que mil palabras”, dice el refrán. Como la mayoría de las frases populares, guarda mucho de lo que la ciencia ha comprobado a lo largo de los años: las imágenes y, en particular, los colores tienen una gran eficacia para llegar a las personas al transmitir información que resulta fácilmente identificable.

La percepción subliminal consiste en el procesamiento sensorial de información sin que seamos conscientes. Pero la percepción inconsciente informa a la percepción consciente, determinando en gran medida cómo experimentamos nuestra realidad. Este proceso está enraizado en la arquitectura misma del cerebro ya que el sistema sensorial envía al cerebro millones de bits de información por segundo. Como nuestra percepción consciente es incapaz de procesar tal cantidad de información, la evolución nos dotó de mecanismos capaces de hacerlo de manera instantánea. Así, nuestra consciencia se ve liberada para encargarse de otras tareas cognitivamente más complejas. Esto hace que nuestras experiencias, recuerdos y decisiones se basen en gran medida en percepciones sutiles que no llegamos a notar. Al estar presentes en el entorno, los colores pueden afectar nuestro estado de ánimo y nuestras conductas. Las células sensibles a la luz (los conos de la retina) envían señales electroquímicas a una región del cerebro llamada “corteza visual”, donde se forman las imágenes visuales.

Sin embargo, algunas células de la retina responden a la luz enviando señales a una región central del cerebro, llamada “hipotálamo”, cuya función es secretar hormonas que controlan diversos aspectos de la autorregulación corporal, como la temperatura, el sueño, el hambre y los ritmos de sueño-vigilia. Está involucrado también en la generación de respuestas emocionales y en la agresividad. De esta manera, la exposición a la luz tiene un efecto sobre el comportamiento y el estado de ánimo. Recibir luz por la mañana, especialmente la luz azulada o verdosa, desencadena la liberación de una hormona llamada “cortisol”, que nos estimula y nos despierta. En cambio, en la noche, gracias a la reducción de la luz azul, se libera melatonina en el torrente sanguíneo, responsable de la somnolencia. Estos hallazgos confirman que existen mecanismos fisiológicos claros mediante los que la luz y el color afectan el estado de alerta, la tasa cardíaca y el estado de ánimo. Estos efectos del color también generan un impacto colectivo que pueden promover la cohesión social, distinguir a propios de extraños e intensificar identidades comunes. Por esto, han sido usados en la propaganda política, para persuadir a las personas e influenciar su comportamiento deliberadamente.

Los ciudadanos creemos saber con precisión por qué elegimos una orientación política, por qué votamos a tal o cuál candidato. Sin embargo, hoy se sabe que nuestra mente no funciona como una computadora que procesa información y calcula resultados de manera racional. El modo de elección de los colores con los que queremos reconocernos como cuerpo colectivo da cuenta de qué tipo de sociedad queremos ser. Y no estamos hablando del hecho de decidirnos por tal o cual color (amarillo, naranja, verde), sino de que todos llevemos como estandarte un mismo color más allá de una gestión específica. Así no se confunde a la comunidad con un partido político, ni con el color de una década que, como sabemos, también llega a su fin. Que sea permanente, que nos represente aun con diferencias e identifique así a una comunidad que definimos con una palabra: “Argentina”.