Para llegar a ser científico, médico, piloto, artista, hay ejercitar el músculo más importante de todos, el que tenemos entre las dos orejas: el cerebro. Para esto, hay que nutrirse bien, tener buena salud, educación de calidad. Lamentablemente, hoy en Argentina muchas personas no tienen garantizadas esas necesidades básicas.
Los cerebros de las personas (y, en especial, de los niños y los jóvenes) son lo más importante que tenemos como país, mucho más que los recursos naturales o las reservas de dinero. Entonces, debe ser la prioridad de nuestros gobernantes invertir lo necesario para que todos los cerebros argentinos desarrollen su potencial.
Cuando hablamos de “invertir en las personas” estamos hablando en realidad de algo fundamental. Invertir en el “desarrollo humano” es lo que hicieron todas las sociedades que progresaron. Se trata de invertir en salud pública -como dijimos el domingo pasado en esta columna-, en educación y en los sistemas universitario, científico y tecnológico. También implica invertir en comunicaciones e infraestructura. Además, es fundamental que nuestras instituciones sean fuertes, sólidas y transparentes.
Y, por sobre todo, se trata de cuidar y proteger los cerebros de nuestra sociedad. No podemos seguir permitiendo que casi la mitad de nuestros niños y adolescentes estén mal nutridos y vivan expuestos a peligros y sin acceso a educación y salud de calidad.
Esto es inmoral en un país que produce alimentos para cientos de millones de personas y debería indignarnos. Y además es una hipoteca social para el futuro.
Debemos unirnos para lograr igualdad de oportunidades para todos, que todos jueguen el partido del desarrollo, no solo algunos privilegiados. Tenemos que entender de una vez por todas que nuestra riqueza más importante son nuestros niños y nuestros jóvenes, su inteligencia, su potencial. Si los formamos y los acompañamos nos va a ir bien, si los descuidamos, vamos a fracasar. Es así de simple.