Existe un término médico que define a aquellas personas incapaces de reconocer su enfermedad o sus dificultades: anosognosia. Esta alteración es considerada de manera amplia como un “déficit de conciencia de la enfermedad”. El hecho de que estas personas no adviertan los síntomas que padecen o les resten importancia tiene un impacto negativo en su condición porque retrasa la consulta y la búsqueda de tratamiento.
Aunque se dice que la Argentina está “sobrediagnosticada” y pensamos entonces que conocemos de sobra todas nuestras falencias y debilidades, debemos pensar más bien si no sufrimos de un comportamiento social de anosognosia. Quizás sea por eso que nos frustramos al encontrarnos en un círculo de tropiezos década tras década como si se tratara de un laberinto del que no podemos salir. Tampoco logramos ponernos de acuerdo para encauzar un proyecto de desarrollo verdaderamente equitativo y sustentable. Nos falla el plan para alcanzar aquello que buscamos, pero lo que esta faltando también es saber desde dónde partimos y hacia dónde queremos ir.
La Argentina es un país profundamente desigual. Y cada vez más. Al menos, un tercio de la población vive en condiciones de pobreza. Cuatro de cada diez chicos presentan algún tipo de malnutrición. Más de un millón y medio de personas pasan hambre. En algunos lugares, como en el conurbano bonaerense, 75% de los adolescentes son pobres. Se trata, como hemos dicho, de una inmoralidad como pocas, pero también una torpeza para el desarrollo de un país. La verdadera riqueza de una nación no está en sus recursos naturales sino en la capacidad de crear de quienes viven en ella. ¿Cómo vamos a dejar que nuestro principal “activo”, su gente, no se nutra, no estudie, no invente, no viva bien? La lucha contra la pobreza es un imperativo ético y a la vez el plan económico más eficaz para la Argentina.
Otra realidad nacional que negamos es que la calidad educativa se ajusta cada vez menos a los estándares internacionales y a las necesidades reales –presentes y futuras- de nuestros niños, niñas y jóvenes. Además, no ponemos como prioridad el desarrollo científico-tecnológico, la verdadera vía hacia el desarrollo económico y social sustentable. También descuidamos el medioambiente y no logramos tener instituciones verdaderamente transparentes y eficaces.
Cada uno de nosotros, como sociedad, debemos asumir esta situación. Mentirnos a nosotros mismos, creernos “condenados al éxito” o que “una buena cosecha nos va a salvar” no solo no nos ayuda, sino que entorpece el camino. Por eso, hace falta que modifiquemos esta forma de pensar, no evadir la situación para poder reconocer nuestros problemas y así buscar -entre todos- las mejores soluciones posibles. Necesitamos dejar de perder el tiempo en debates chabacanos e intrascendentes y convencernos los argentinos de que la economía global está basada en el conocimiento. La sociedad tiene que presionar por este paradigma como lo hizo en los 80 por la democracia y los líderes tener el coraje para tomar las decisiones que se necesitan.
Una habilidad clave de los seres humanos para llevar a cabo nuestras acciones de manera exitosa es la “metacognición”, esa cualidad que nos permite reflexionar sobre nuestros propios pensamientos, evaluar las decisiones que tomamos, emitir juicios sobre nuestras propias ideas y reconocer debilidades y fortalezas. Sirve también para el aprendizaje, cuando tomamos una estrategia probada para un problema del pasado y lo aplicamos a un desafío nuevo. Asimismo, poner en marcha entre todos esta habilidad supone una sociedad que se piensa, que reflexiona críticamente sobre sus decisiones, capaz de identificar sus errores y de ponerse de acuerdo para tener un propósito común que ordene las acciones individuales.
Ninguna sociedad se ha desarrollado gracias a un personalismo “salvador” ni a un gobierno “iluminado”. Los cambios reales se logran gracias a la planificación y la inversión estratégica sostenida en el tiempo, lo cual demanda su vez un gran consenso politico y social. Estabilizar la economía es un instrumento necesario pero no va a rendir los frutos del desarrollo y la equidad si no sentamos las bases para que la Argentina que soñamos sea un derecho de todos y no un privilegio de pocos.
Para todo ello, es fundamental políticas de Estado dirigidas a mejorar el sistema educativo, fortalecer el sistema científico-tecnológico, y vincular ambos a una estrategia de desarrollo sostenible que aumente la productividad, genere más empleos de calidad y contribuya a una redistribución progresiva del ingreso. Para crecer en forma sostenida a un 4% anual en las próximas décadas, necesitamos convertirnos en un país de innovación permanente. Y claro que esto es posible. Con estímulos específico, se puede amalgamar nuestra capacidad científica con los procesos productivos y así generar bienes con mayor valor agregado que implican empleos de calidad. Los avances que se han generado en biotecnología y en genética animal son un ejemplo de que esto es realizable con políticas de incentivos permanentes. Solo hay que integrarlos en un plan serio de desarrollo nacional. Así lo hicieron los países que entraron a un camino de crecimiento sostenido y así lo tenemos que hacer nosotros. Debemos ser suficientemente humildes para aprender de las experiencias de otras naciones, sin perder de vista nuestra realidad.
La “meritocracia” sin igualdad real de oportunidades es falaz y radicalmente injusta. El conocimiento y las oportunidades no puede ser para unos pocos ni para una elite. Debemos garantizar el derecho de todos al bienestar. Construir una Argentina que crezca donde cada uno, sin importar de dónde venga, pueda alcanzar sus sueños. Es hora de dejar de lado las mezquindades políticas y sectoriales, reconocer lo que nos pasa y decidir adónde debemos ir todos juntos. Es tiempo de levantarnos y empezar a andar.