La gracia de las Fiestas es vivirlas con felicidad

  • por

La Nación

Cuando promedia diciembre, entramos en un tiempo de evaluaciones de lo hecho en el año y proyecciones de lo que va a venir, despedidas escolares, encuentros de amigos, brindis, emociones encontradas, etc. Sabemos, y lo experimentamos año a año, que se trata días especiales de celebraciones compartidas.

Solemos desearnos “Felices Fiestas” unos a otros justamente porque imaginamos que vamos a disfrutar con el otro. Quizás sea literalmente esto el objeto de la celebración: encontrarse. De hecho, uno de los aspectos fundamentales con los que el psicólogo Martin Seligman asocia la idea del bienestar tiene que ver con haber podido construir relaciones interpersonales positivas. Los lazos positivos y duraderos afectan las funciones psicológicas, fisiológicas y de comportamiento, ayudan a proteger nuestro cerebro y contribuyen a nuestro bienestar.

Compartir es un verbo intrínsecamente humano. Somos básicamente seres sociales. Esto quiere decir que necesitamos establecer lazos afectivos asociadas al procesamiento del peligro y somos menos propensos a activar las respuestas fisiológicas que se disparan frente al estrés. El apoyo social cumple un rol protector en el ser humano, con consecuencias positivas ante las enfermedades. Necesitamos del contacto a cara a cara con los demás. No basta, de ninguna manera, con las interacciones a la distancia por WhatsApp o por las redes sociales. Las investigaciones han demostrado que cuando interactuamos con otro liberamos una cascada de mensajeros químicos que refuerzan nuestro sistema inmune, tal como si se tratara de vacunas.

La celebración seguramente tiene que ver con esto también. En las Fiestas detenemos la vida cotidiana, que nos obliga a ir a las apuradas de un lado para el otro, y tenemos la posibilidad de mirarnos a la cara, de darnos un fuerte abrazo con las personas que queremos, de conversar y dejar pasar el tiempo juntos. Esto nos hace bien a todos.

El reconocido neurocientífico John Cacioppo llevó adelante una investigación en la que estudió distintos tipos de interacciones. Para eso consideraron la proporción de las interacciones con amigos que se hacían cara a cara, en las redes sociales, en sitios de juegos o de citas. Como conclusión de este estudio observaron que cuanto mayor era el porcentaje de las interacciones cara a cara, los rasgos de soledad que manifestaban esas personas decrecían.

En estos gestos de afecto se libera oxitocina, la hormona relacionada con el establecimiento de vínculos sociales y el apego, y bajan los niveles de cortisol, la hormona vinculada con la respuesta del estrés. Al mismo tiempo, aumentan los niveles de dopamina, la hormona que provoca placer, entusiasmo, energía y motivación. Además, se ha demostrado lo fundamental que son los lazos afectivos en nuestra vida. Investigadores han analizado cómo la presencia de seres queridos puede alterar la respuesta del cerebro a situaciones amenazantes. Encontraron que las regiones neurales asociadas con el procesamiento de una amenaza fueron significativamente menos activas cuando los sujetos tomaban de la mano a una persona cercana afectivamente. Esta investigación indica que cuando nuestros seres queridos están cerca, somos menos propensos a activar estructuras cerebrales que regulan nuestra respuesta hormonal al estrés.

También, este tiempo trae a la memoria esas postales del tiempo que pasamos. Yo recuerdo las fiestas en Salto con mis padres, con mi hermano, con mis tíos y mis vecinos. Ojalá que mis hijos y mis sobrinos hoy puedan ser tan felices (o más) de lo que fuimos nosotros. Porque la gracia de las Fiestas, más allá de lo que se pueda escribir y leer, es vivirlas con felicidad