Diario Popular
Si definimos en pocas palabras el cerebro humano, se trata, fundamentalmente, de un órgano social. Somos seres sociales y como tales tenemos que pertenecer a un colectivo. Esto quiere decir que poseemos un deseo intenso de formar y mantener con otras personas relaciones que sean duraderas y significativas. Por eso, cuando nos referimos a la soledad, estamos considerando una condición definitivamente contraria a la naturaleza humana.
La soledad es una condición única en la que una persona se percibe a sí misma como aislada socialmente, incluso cuando está entre otros. Se trata de una experiencia emocional desagradable que se desencadena ante la discrepancia entre las relaciones interpersonales que uno desea tener y aquellas que cree tener. Sentirse solo no significa necesariamente estar físicamente solo. ¿Qué sucede cuando experimentamos esto? Dejamos de sentir la protección y el cuidado del grupo y tenemos una sensación de peligro. Se considera así que el mundo es inseguro porque no contamos con la protección de la comunidad. Aumenta el estado de alerta ante posibles amenazas, generando de esta manera los síntomas de ansiedad y depresión.
Además, se afecta el sueño, aumenta también la activación del circuito del estrés y se debilita el sistema inmune. Los estudios sugieren que, cuando nos sentimos solos, procesamos con mayor velocidad la información social negativa y, como un círculo vicioso, tenemos una postura más hostil y defensiva en las interacciones sociales. Incluso se ha identificado que la soledad crónica es un importante factor de riesgo de mortalidad.
Tenemos que preocuparnos por tener una vida social activa. Se ha encontrado que habría menos deterioro cognitivo en quienes tienen mayor actividad social. Es posible considerar dos grandes predictores de la expectativa de vida:
– Las relaciones cercanas (a quien podemos pedir algo si lo necesitamos, quien nos acompaña al médico si estamos enfermos, a quien le contamos nuestros problemas más sentidos, por ejemplo).
– Y la interacción social (saludar amigablemente al mozo del bar cuando entramos a tomar un café, charlar con el diariero cuando compramos una revista, comentar el partido del día anterior con nuestro vecino).
Este contacto debe ser personal, ya que no es lo mismo interactuar virtualmente en redes sociales o por mensajes que cara a cara. En las interacciones personales, se libera una cascada de mensajeros químicos –neurotransmisores– que refuerzan, así como las vacunas, nuestro sistema inmunológico. Se trata de situaciones que liberan oxitocina, bajan los niveles de cortisol, que reduce el estrés, aumentan los niveles de confianza y liberan dopamina, que nos produce sensación de placer e influye sobre el dolor. Nos hace bien mirar a la cara a una persona, dar la mano o un abrazo. Y también le hace bien al otro.