Atender a las personas que viven en condiciones de vulnerabilidad social debe ser la prioridad de todo plan de gobierno. No solo porque es urgente solucionar los déficits de alimentación, las viviendas en condiciones indignasy los obstáculos en el acceso a la educación y la salud, sino porque, además, las investigaciones muestran que la pobreza se asocia con otras desventajas como mayor tasa de deterioro cognitivo y enfermedades mentales.
Estos problemas no afectan sólo a poblaciones pobres, sino también a grupos que conviven con carencias. La noción de estatus socioeconómico (ES) abarca factores que van más allá de los ingresos familiares. También incluye la educación, el estado ocupacional y la calidad del vecindario. Nuevos estudios indican que más allá de los efectos perjudiciales de la pobreza material, a los seres humanos también nos afecta la pobreza relativa, es decir, con respecto a los demás. Alguna de las consecuencias observables son baja autoestima, baja motivación y bajo sentido de pertenencia a la sociedad en general. Un bajo estatus socioeconómico en edades tempranas se asocia con un detrimento en el desempeño en medidas de atención selectiva y control inhibitorio, funciones claves para la toma de decisiones y la focalización en metas.
Numerosos estudios asocian el ES con la autorregulación, entendida como la tendencia a actuar en línea con planes futuros cuando los mismos compiten con recompensas más inmediatas. Estas decisiones se refuerzan día a día y terminan limitando la posibilidad de acción de las personas. Asimismo, se ha relevado que las personas con bajo ES suelen mostrar una autoeficacia más negativa. Es decir, cuanto menos sentimos que las acciones están bajo el propio control y que tendrán un impacto en la vida, menos proclive nos volvemos a comportarnos de acuerdo con metas futuras. Además, psicólogos cognitivos han demostrado que las personas en situación de pobreza consumen mucha de su energía en estar atentas a su alrededor y a las necesidades de otros, ya que gran parte de su bienestar depende de decisiones ajenas.
Uno de los factores más estudiados en condiciones de pobreza es el llamado “estrés crónico”. La respuesta de estrés se produce cuando el organismo interpreta que las demandas del entorno exceden a los recursos para hacerles frente, preparando el cuerpo para una respuesta de lucha o huida. Vivir en un entorno donde nos sintamos constantemente amenazados hace que el cerebro esté siempre en este estado. Esto impide el desarrollo de células, neuronas, y conexiones cerebrales, que a su vez impactan en la adquisición de habilidades para planificar, establecer objetivos, tomar decisiones y mantener la estabilidad emocional. En el corto plazo, el estrés impacta de modo negativo en la toma de decisiones aumentando la carga cognitiva de cada elección y reduciendo la probabilidad de optar por la alternativa más conveniente.
Las neurociencias pueden complementar diversos abordajes sobre el impacto de la pobreza para las personas que la sufren. Asimismo, ofrecen evidencia para comprender cómo la mala nutrición y un ambiente adverso impactan en el cerebro y, a partir de eso, pensar estrategias de intervención dirigidas al cuidado de la habilidad cognitiva y la resiliencia emocional. La inequidad y la pobreza son una inmoralidad del presente y una hipoteca social para el futuro de nuestro país. No debe pasar un minuto sin que sea atendido de manera urgente por nuestros gobiernos y subrayado como grito en la agenda pública por toda la sociedad.