Revista VIVA
Los libros de historia abundan en momentos en los que la crueldad generó situaciones que llevan a preguntarnos: cómo fue posible. A pesar de eso, lamentablemente cada tanto resurgen discursos y acciones que no identifican al otro como un par, como otro ser humano, lo que hace que aquella historia vuelva a repetirse una y otra vez.
La reacción del ser humano hacia los demás depende de que crea que esos otros son parecidos a uno, con su capacidad de pensar, de sentir. En otras palabras, tratamos a los demás de acuerdo con las cualidades que les atribuimos. Incluso, se ha reconocido una región cerebral, llamada “corteza prefrontal medial”, implicada en este proceso. Por el contrario, la deshumanización consiste en percibir a otros como si carecieran de cualidades tan humanas como las propias. Desde un punto de vista científico, los estudios sobre la deshumanización sirven para explicar conflictos entre grupos que, en casos extremos, llevan a la violencia social. En esta línea, muchos trabajos se han enfocado en el proceso de categorización de otros grupos como animales no-humanos, llamado justamente “animalización”.
Describir a otros grupos mediante comparaciones como “simios”, “perros”, “ratas”, “parásitos” o “insectos” carga de imágenes potentes que generan las mismas emociones que normalmente desencadenan estos agentes. Así, se transfieren a estos grupos emociones como miedo, asco, enojo y odio, reemplazando el respeto y la compasión que acompañan a la percepción del otro como un par. Estas percepciones se utilizan para inspirar y justificar desde el maltrato y la agresión hasta la esclavitud y el genocidio.
La deshumanización también se ha explicado en relación con los valores. Se cree que la concepción de que otro grupo tiene valores diferentes a los del propio podría ser uno de los mecanismos que la explican. Suponer que estos no experimentan las emociones de la misma forma que uno actúa también en esta dirección. Las personas tienden a atribuir emociones morales al propio grupo más que a los ajenos; y esto tendría el efecto de negar su esencia humana. Se trata de un mecanismo denominado “infrahumanización”, un proceso más sutil que se da más allá del contexto de conflictos grupales, por lo que puede ser útil para ampliar el concepto de deshumanización. Por su parte, la objetivización es un mecanismo que involucra tratar al otro como un instrumento, una simple herramienta, negando su autonomía, sus experiencias y sus sentimientos.
Se ha estudiado la deshumanización en el caso, por ejemplo, de la medicina moderna y el trato hacia el paciente. Allí se manifiesta en el énfasis en los procedimientos instrumentales y tecnológicos estandarizados acompañados de una falta de preocupación y apoyo emocional a los pacientes. También se ha vinculado la deshumanización con el prejuicio, la aceptación de la discriminación y el trato injusto, penas más duras de castigo hacia ciertos grupos, la deportación de inmigrantes y negación de pedidos de asilo.
La herramienta más poderosa para luchar contra la deshumanización es la empatía, esa capacidad de ponernos en el lugar del otro, de comprender sus sentimientos y pensamientos. La empatía es eso que nos hace humanos, nos ayuda a ver a los otros como semejantes y, por tanto, merecedores de un trato que respete sus derechos como los de uno mismo.