Por qué la grieta impide el desarrollo

  • por

Clarín
Un mito muy arraigado entre los argentinos es que tenemos un país rico por el solo hecho de haber sido bendecidos con abundantes recursos naturales. Resulta fundamental desterrar esta idea y que tomemos conciencia de que la verdadera riqueza de un país está en la capacidad de producir y aprovechar el principal activo de los seres humanos: su capacidad de generar conocimiento. La economía global está basada en el conocimiento; por eso, la clave del desarrollo está en nuestros cerebros, en nuestras capacidades intelectuales y cognitivas, y en el trabajo común que podemos realizar unos con otros. Porque la inteligencia colectiva es mucho más que la suma de las inteligencias individuales.

Tomemos un caso para dar cuenta de todo esto. Holanda, actualmente, es el segundo exportador mundial de alimentos y productos agrícolas a partir de ser un pionero en tecnologías agropecuarias de primer nivel. En ese país pequeño en extensión (más pequeño que nuestra provincia de Jujuy), cuya superficie se encuentra mayoritariamente bajo el nivel del mar, hace casi dos décadas, se logró un acuerdo nacional que permitió construir un sistema agropecuario sustentable y aprovechar al máximo los recursos tecnológicos disponibles. La burocracia estatal, los gremios, los productores, los empresarios y las universidades fijaron metas a largo plazo que hoy le permiten ser uno de los mercados más fuertes de Europa. Su promedio de producción por hectárea es casi el doble que el promedio en el mundo y, además, lo logran a un costo ecológico menor, cuidando el agua y reduciendo al máximo el uso de agroquímicos. Gracias a la inversión en conocimiento, Holanda no solo produce sustentablemente, sino que importa materia prima que no posee, le agrega valor y luego exporta ese producto generando ingresos extras por esta transformación. De esta manera logra más beneficios que aquel país que le vendió primariamente. Entonces, se puede tener grandes extensiones de tierras fértiles, grandes reservas de petróleo o minerales, pero es esencial contar con la capacidad para aprovechar esos recursos. Son las políticas y las ideas las que potencian la economía.

Una revolución del conocimiento implica cuidar el cerebro en desarrollo, fortalecer el sistema educativo y universitario, promover la ciencia y la tecnología y favorecer su vínculo con el sistema productivo; así como también invertir en comunicaciones, industrias creativas, desarrollo de software y transferencia tecnológica entre otras actividades ligadas a la economía del conocimiento. Además, debemos revertir el deterioro ambiental al tiempo que alentar a ingenieros, científicos e investigadores a desarrollar nuevas fuentes de energías sustentables y capacitar a los trabajadores para mejorar la infraestructura. Todavía algunos creen que en momentos de crisis se debe restringir la inversión en lo intangible. Pero, en verdad, son los tiempos en los que más se requiere promover un ecosistema del conocimiento y la innovación, ya que son estas áreas las que crean más trabajo y oportunidades.

La grieta puede servir para ganar una elección, pero conspira contra la posibilidad de dialogar y arribar a un consenso de todos los sectores para lograr un plan estratégico para nuestra Nación. Los ciclos electorales van y vienen. Pero si ese objetivo está claro, los gobernantes se vuelven actores para lograrlo. Debemos entender de una vez por todas que la grieta nos hace menos inteligentes y más pobres. ¿Qué partido o sector puede no querer acabar con la inmoralidad que significa que aproximadamente la mitad de nuestros niños tengan algún tipo de malnutrición y que la mitad de nuestros adolescentes vivan en la pobreza, expuestos a peligros y sin acceso a educación y salud de calidad? Sin embargo, no logramos acordar ni siquiera en eso. Y cada día que pasa, estamos hiriendo más y más el presente e hipotecando más y más el futuro. Todos deben jugar el partido del conocimiento, no solo el percentil más privilegiado de la sociedad.

Así como cada uno de nosotros en nuestra vida, las comunidades también necesitan de propósitos y metas a largo plazo. Las transformaciones –sociales y políticas- que buscan cambiar nuestro contexto nunca deben descansar: se realizan todos los días, de todos los meses, de todos los años. Las luchas de los movimientos de derechos humanos, de derechos de las mujeres y de las minorías no están atados al calendario ni a la especulación electoral, ya que la tarea por el desarrollo y la justicia social es continua e incansable. Los cambios reales, profundos y permanentes no se dan mágicamente de arriba hacia abajo, sino que surgen de las demandas colectivas. Por eso, para lograrlos, debemos exigir a nuestros dirigentes (y a quienes quieren serlo) mayor inversión en el desarrollo del conocimiento y voluntad real para superar la grieta. Y debemos hacerlo pronto, más allá de las banderas pequeñas, egoístas y sesgadas que dividen actualmente a nuestra sociedad.

Cuando los historiadores del mañana cuenten acerca de esta época en la Argentina, deberían relatar cómo se desarrolló una “revolución del conocimiento” que nos llevó a superar décadas de decadencia. Pero antes que los historiadores, serán nuestros hijos y nietos quienes dirán de nuestra generación si fue la que quiso, la que supo, la que pudo hacer un país mejor.