Lo sabemos. El escenario de nuestra vida cotidiana, en un tiempo y lugar como el que vivimos (rápido y lamentablemente también furioso), nos empuja a padecer situaciones violentas y límites que a nadie le gustaría atravesar jamás. Esos momentos de miedo intenso que provoca que nos amenacen con un arma en una salidera bancaria o en un secuestro, ver cómo lastiman o asesinan a una persona, ser víctima o testigo de abuso sexual, de una tragedia o de alguno de los innumerables accidentes de tránsito, pueden convertir a estas circunstancias críticas en eventos traumáticos de los que puede resultar difícil recuperarse.
En algunos casos, la consecuencia es el llamado trastorno de estrés postraumático. Quienes lo padecen suelen reexperimentar la situación traumática, es decir, perciben que la reviven a través de sensaciones, imágenes, pensamientos o pesadillas. También es frecuente que tengan actitudes de evitación y de eludir recuerdos, personas, circunstancias, emociones y conductas que estén relacionadas con lo que les sucedió.
Todo esto suele manifestarse a través de las creencias negativas acerca del mundo, que pasa de ser percibido como un lugar medianamente seguro a tornarse peligroso. Entonces están excesivamente alertas, incluso tienen dificultades para dormir y habitualmente se sobresaltan, como por ejemplo cuando alguien los sorprende por la espalda o pasan muy cerca suyo. Son personas que pueden estar nerviosas, hiperalertas, irritadas e inquietas.
Afortunadamente, existen tratamientos específicos para el estrés postraumático. Se trata de terapias validadas, como el programa de tratamiento de exposición prolongada. Este programa ayuda a que las personas puedan ponerse en contacto emocional con los recuerdos dolorosos del trauma, además de incorporar información incompatible con la respuesta de miedo. Uno de los objetivos de esta terapia cognitiva-conductual consiste en poder diferenciar un recuerdo crítico o doloroso del momento presente. Sabemos que recordar no es peligroso y el que sufre de estrés postraumático tiene que poder experimentarlo de esta manera. Acompañada por un terapeuta entrenado, la persona se enfrenta a los recuerdos traumáticos, de modo tal que aprende y le enseña a su cuerpo a regular las respuestas desencadenadas de miedo intenso y de angustia, y las sensaciones de culpa que aparecen frecuentemente en el contexto de los recuerdos traumáticos. Es decir, se aprende a distinguir el recuerdo del trauma del peligro real que se vivió.
También existen medicamentos para tratar este cuadro, como los antidepresivos, con los que se busca ayudar a controlar los síntomas adicionales que se presentan, como la tristeza, la preocupación, la ira y la sensación de insensibilidad o desapego emocional. Los antidepresivos y otros medicamentos pueden prescribirse junto con la psicoterapia.
Convivimos en estos tiempos modernos con un desarrollo inaudito de la tecnología y el confort, pero también los sabemos violentos en ciertos sentidos. Debemos organizar ya políticas educativas, sociales, de prevención, seguridad y justicia para hacer de la nuestra una sociedad más armónica y pacífica. Pero mientras tanto eso sucede (y siempre), necesitamos comprender al que sufre, acompañarlo y, en la medida de las posibilidades, ayudarlo a estar mejor.