Clarín
Algunas veces, al plantear con ímpetu que el plan más eficaz para el desarrollo de nuestra Nación es el conocimiento, nos dicen que se trata de un discurso inadecuado para contextos convulsionados y empobrecidos como el nuestro, o que es una propuesta demasiado abstracta, o una utopía imposible de cumplir.
Afortunadamente, como si se tratara de un calculado ejercicio para el arte de la argumentación, existe INVAP en nuestro país, que funciona como modelo de lo que decimos, de lo que perseguimos, de lo que debemos ser.
Nadie podría dudar de que en el siglo XXI las ideas son los verdaderos motores de las economías de los países (pensemos en los casos de Google o Apple). No sería difícil ver que las sociedades que más han crecido en las últimas décadas son aquellas que han planteado estrategias en las que se priorizó el desarrollo científico y tecnológico.
En la década del ’80, el 80% de la investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) australiana era financiada por el Estado, un porcentaje similar al de la Argentina actualmente. A lo largo de los años, y sin perder el apoyo estatal, el sector productivo fue sumando inversiones progresivamente y es así como alcanzó mejoras significativas en productividad y condiciones para el desarrollo sostenible a largo plazo.
Estos resultados no son azarosos y tienen una razón de ser. Todos los países necesitan proveerse de tecnología y, para eso, deben decidir si producirla localmente o importarla. Se trata de una decisión estratégica. Es la política pública la que debe definir las necesidades tecnológicas del país y asignar recursos para su desarrollo.
A partir de ello, las empresas competitivas en áreas de tecnologías de avanzada comienzan proveyendo a su país, y así se impulsa la cadena que les permite, en lo sucesivo, competir internacionalmente. Es que al desarrollar capacidades tecnológicas propias, un país genera un círculo virtuoso: se ahorra dinero, se da trabajo a científicos y técnicos locales, se promueve la formación en ciencia de las nuevas generaciones y se fomentan nuevos emprendimientos afines que, a su vez, impulsan nuevos puestos de trabajo.
¿Por qué decimos entonces que, en nuestro país, INVAP representa un caso emblemático de la inversión en conocimiento? Creado hace más de cuatro décadas por un grupo de físicos del Instituto Balseiro, desarrolla en la actualidad tecnología nuclear, espacial, médica, de comunicaciones, de defensa y seguridad, entre otras.
Se trata de la más prestigiosa empresa tecnológica latinoamericana y la única en el continente que diseña y construye reactores nucleares, satélites y radares con tecnología nacional. Es propiedad de la Provincia de Río Negro, que se ocupa de su control junto con la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica), cuenta actualmente con 1.350 trabajadores (más del 80% profesionales y técnicos especializados), interactúa fluidamente con las universidades y es autosustentable.
Por ejemplo, los contratos para hacer reactores de investigación en Egipto, Australia y Holanda fueron ganados por INVAP compitiendo con empresas mucho más grandes y de países más desarrollados.
En Australia, compitió con los socios del consorcio franco-alemán y con la empresa nuclear del gobierno canadiense. En Holanda, con la empresa del gobierno francés y un instituto del gobierno coreano.
El modelo INVAP da cuenta de manera categórica de que la inversión sostenida y transparente en ciencia aumenta considerablemente la productividad de un país.
Pero sólo gracias a una política de Estado que trascienda los gobiernos se puede consolidar una estrategia general para el desarrollo científico-tecnológico nacional y crear una cultura científica.
¿Y por qué esto que es aún extraordinario no se vuelve algo común? Entre otras razones, porque actualmente en Argentina se invierte el 0,6% del PBI; mientras que las economías que buscan desarrollarse invierten alrededor del 3%.Los argentinos no podemos darnos el lujo de no apostar por el conocimiento simplemente porque decimos que “no contamos con los recursos presupuestarios”.
Debemos hacerlo precisamente porque esto nos va a permitir superar las limitaciones económicas actuales y futuras. Ser dependientes en materia científica y tecnológica es lo que resulta verdaderamente “caro”, como así también la chapucería, la corrupción y el mero marketing.
Convertir en prioridad y reclamar inversión en educación, ciencia y tecnología es una responsabilidad colectiva. Necesitamos del compromiso social para que esto se transforme realmente en nuestro timón hacia la cuarta revolución industrial: la revolución del conocimiento, que a su vez nos conducirá a una Nación con más oportunidades y menos desigualdad. Y si alguno dice que esto en Argentina no es posible, que se dé una vuelta por INVAP.