Diario Popular
Darse cuenta lo que el otro está sintiendo, preocuparse por eso, expresar emociones en consecuencia e, incluso, experimentar “en carne propia” una sensación de sufrimiento si se ve al otro lastimado, son conductas que nos caracterizan como seres humanos. Las neurociencias definen la empatía como la respuesta afectiva hacia los demás que incluye la capacidad de reconocer las emociones de los otros, así como también las actitudes y las respuestas que se adoptan según esos estados. Este comportamiento tan humano abarca otros procesos reflexivos porque, más allá de una primera reacción empática, también somos capaces de establecer distancia de las emociones que experimentan las personas y tomar decisiones al respecto. En otras palabras, el llamado “procesamiento empático” involucra un amplio rango de procesos afectivos, cognitivos y conductuales.
La experiencia empática al observar el dolor físico en otras personas ha sido largamente estudiada. Investigaciones que utilizan resonancia magnética han demostrado que la misma red que se asocia con las propias sensaciones de dolor se activa ante la observación del dolor físico ajeno.
Se considera que el estudio de los mecanismos de la empatía podría también contribuir al análisis de la violencia que, a veces, se genera entre grupos de pertenencia diferentes. De acuerdo con investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), cuando hay hostilidad y rechazo entre grupos, lo que está fallando es la empatía. En este sentido, proponen el concepto denominado “brecha de la empatía”, que sería fundamental para desactivar estas conductas. Contrariamente a lo que se suele suponer, la falta de empatía no se vincula tanto con una pobre capacidad empática o con ciertos rasgos de personalidad, sino más bien con el grado de identificación que se ha generado en relación con el propio grupo de pertenencia. A su vez, al grupo de pertenencia se le otorgan cualidades de superioridad al tiempo que se exageran las diferencias con los demás. Se ha observado que en esos casos el cerebro “silencia la señal empática” con el fin de evitar establecer un vínculo de identificación y entendimiento con ese otro al que se concibe como un “enemigo”. Somos, de esta manera, incapaces de ponernos en su lugar. En conclusión, lo que esta investigación propone es que cuanta más identificación sesgada se establezca con el propio grupo, menor será la empatía hacia el otro al que se reconoce como diferente.
Como dijimos en nuestro libro Usar el cerebro, la gracia de la armonía es lograrla no solo cuando tenemos ideas comunes, que resulta siempre más confortable y menos estimulante, sino también posiciones divergentes. La cualidad empática está en conseguir hacer de la diferencia una virtud.