Cada día que pasa nos sorprendemos por los avances de la neurociencia. Los progresos en el entendimiento de nuestro cerebro y el conocimiento que se genera para la asistencia y mejora en la calidad de vida de quienes atraviesan diferentes enfermedades es revolucionario.
Sin embargo, aunque nos resulte propio de la fantasía del cine o la literatura, se ha alertado que algunos de estos avances también pueden utilizarse con fines militares.
Es el caso de los adelantos en neurotecnología destinados al diagnóstico y rehabilitación de trastornos cerebrales, debido a que pueden o podrían hackear, leer o alterar la actividad cerebral.
Investigadores como James Giordano y Rachel Wurzman definen a las “neuroarmas” como desarrollos de la neurociencia que tienen como objetivo alterar, tanto para aumentar como para disminuir, funciones del sistema nervioso para afectar procesos cognitivos, emocionales y/o motores y capacidades como la percepción, el juicio, la moral o la tolerancia al dolor.
El uso de neurotecnologías capaces de influir sobre la función y los procesos del sistema nervioso no es novedoso. Ya se utilizó en gases nerviosos, como el sarín, y en varias drogas, como las anfetaminas.
Si bien existen avances que podrían generar agentes tóxicos o drogas más potentes y específicos, ahora surgen nuevas tecnologías diseñadas para entender el cerebro y modular la función cerebral.
El conocimiento de los circuitos cerebrales del miedo, la agresión, la toma de decisiones, la mentira y el engaño, que aporta la neurociencia cognitiva y la posibilidad de implantar falsas memorias o borrar memorias traumáticas, puede ser también de interés para la industria militar.
Por su parte, la neurociencia computacional puede contribuir al desarrollo de inteligencias artificiales que hagan posible la conducción de vehículos no tripulados con mayor autonomía y peligrosidad. Asimismo, el diseño de interfaces cerebro-máquina podría emplearse para tener mayor eficiencia en entornos de combate o para dirigir soldados biónicos.
La ciencia ficción planteó dilemas similares en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, del escritor estadounidense Philip Dick, historia llevada al cine en Blade Runner. Allí, los humanos que quedan en la Tierra pueden programar sus emociones para enfrentar las actividades que van a realizar; así es como su protagonista combate a androides rebeldes que tienen una inteligencia artificial superior a los humanos comunes.
En la VIII Conferencia para la Revisión de la Convención sobre Armas Biológicas se advirtió que las cuestiones que definen y restringen el uso de armas biológicas y químicas no necesariamente consideran los nuevos desarrollos en neurociencias y neurotecnologías.
A su vez, el Proyecto Cerebro Humano, que busca reproducir tecnológicamente las características de nuestro cerebro, considera el uso dual que puede hacerse de ciertas aplicaciones de las neurociencias. Entonces, se especificó que el Proyecto debe tomar una postura firme sobre la proscripción de la aplicación con fines bélicos de sus programas de investigación y además se solicitó prohibir que los miembros reciban financiamiento militar.
Nos encontramos frente a la posibilidad del desarrollo de neurotecnología que nos permita superar algunas de las limitaciones del propio cuerpo humano. Esto genera una serie de preocupaciones éticas y legales. Sus usos, lo decimos una vez más, deben estar claramente definidos: promover el bienestar de la vida de las personas y el de toda la comunidad.