Entender cómo la gente piensa, se comporta y actúa ayuda a diseñar mejores políticas públicas

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Infobae
Por Facundo Manes y Florencia López Boo
Diseñar programas efectivos para reducir la pobreza, mejorar el aprendizaje y la enseñanza tanto en el aula como en el hogar, disminuir el ausentismo escolar, acelerar el proceso de reinserción laboral, bajar el consumo de tabaco, prevenir la diabetes, disminuir el riego de deterioro cognitivo, ayudar a las personas a contar con un mejor control del gasto de la energía en sus hogares o fomentar actitudes solidarias en la sociedad pueden parecer, a simple vista, acciones que no tienen nada en común entre sí, salvo que todas ellas generan un impacto social positivo. Sin embargo, son el resultado de combinar los descubrimientos de las neurociencias y las ciencias del comportamiento en el diseño y la implementación de mejores políticas públicas para que estas sean más efectivas en los propósitos que persiguen.

Existe evidencia de que entender cómo la gente piensa, se comporta y actúa en la realidad ayuda a lograr mejores políticas públicasPor ejemplo, el diseño de programas de lucha contra la pobreza basado en los descubrimientos en el área de las ciencias sociales y del comportamiento que combine intervenciones de educación, salud, nutrición, estímulos cognitivos y socioemocionales puede ser efectivo en mejorar la capacidad de las familias para salir de la pobreza y escapar de los efectos adversos para la salud que a menudo atrapan generaciones. Tomando como ejemplo las experiencias internacionales, Fundación INECO, en conjunto con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), lanzan la primera red latinoamericana de conducta humana y políticas públicas.

El estudio del comportamiento humano no es reciente, pero dos hitos contribuyeron a renovar el interés de investigadores y funcionarios a cargo del diseño y la implementación de políticas. El primero se vincula con los avances recientes en neurociencia que han sido instrumentales para empujar la agenda no sólo en la ventana de oportunidad única que representa la primera infancia, sino también en el desarrollo de habilidades cognitivas y socioemocionales en todas las etapas de la vida. En particular, en los adultos mayores se demostró que nunca es demasiado tarde para aprender; y que en la adultez podemos seguir entrenando nuestro cerebro para envejecer de una manera más saludable y mejorar la calidad de vida. El segundo hito se remonta a fines de los años 90 y principios del 2000, cuando los economistas redescubrieron la psicología y su aporte a las teorías económicas a partir de la labor de Daniel Kahneman y Amos Tversky, dos psicólogos abocados a entender el comportamiento humano real, a diferencia del sujeto racional y perfectamente informado propuesto hasta entonces por la economía neoclásica.

De este modo, nació una nueva área que estudia las decisiones y los modos de actuar de las personas, lo que permitió explicar comportamientos aparentemente irracionales, predecirlos y también, si esto fuera necesario, planificar intervenciones para modificarlos. Por caso, el recurrente ejemplo de cómo explicar, y modificar, por qué uno termina comiendo comida chatarra cuando el objetivo del año era bajar de peso. Pero las ciencias del comportamiento tienen aún un mayor campo de acción: en esta última década generaron aportes en materia de salud, educación, desarrollo social, cumplimiento tributario, seguridad, transparencia, justicia, bienestar, entre otros. Para ello, la economía del comportamiento hace uso de “empujoncitos” (nudges) y de la arquitectura de alternativas (choice architecture) para promover decisiones que pueden ser consideradas superiores. Es así como microintervenciones en el diseño y la implementación de las políticas públicas pueden generar un gran impacto, mejorando la efectividad al tener como objetivo adecuarse al comportamiento real de los individuos y no a la inversa.

Como vemos, las neurociencias y las ciencias del comportamiento tienen la posibilidad de ayudar a diseñar mejores políticas públicas y, en particular, políticas sociales. La exitosa experiencia del Behavioural Insights Team (BIT) del Reino Unido ha inspirado a que un mayor número de países muestre interés en el uso de los principios de las ciencias de la conducta para diseñar programas y políticas públicas que resulten eficaces. Estados Unidos, los Países Bajos, Dinamarca, Australia y Singapur ya tienen su BIT; sin embargo, no existe una experiencia así en países en vías de desarrollo (¡donde tanto se necesita!).

Por ello, en el taller “¿Cómo diseñar mejores políticas públicas para la primera infancia y el envejecimiento?” que se lleva a cabo en el Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe (Intal) del BID en Buenos Aires, hoy 28 de septiembre, se lanza la primera red latinoamericana de conducta humana y políticas públicas. Esta red formada por la Fundación INECO y el BID nace como un primer paso para responder a este interés, al conformar un grupo multidisciplinario de expertos que asesore a los gobiernos de nuestra región. Es el puntapié inicial en el desarrollo de una agenda en auge a nivel internacional que tiene como principal objetivo alcanzar impacto social a través de políticas con una comprensión más realista de la conducta humana. En este sentido, si bien en principio la iniciativa tendrá aplicaciones amplias a las políticas públicas, continuará concentrándose en el desarrollo infantil temprano y en promover el envejecimiento saludable en la región.

Invertir en el desarrollo infantil debe ser una prioridad en sí misma. Pero además existe evidencia sobre su impacto positivo en la reducción de la pobreza y la desigualdad. Por ejemplo, señala que cuando los niños llegan a los tres años, aquellos que fueron más estimulados escucharon aproximadamente 30 millones de palabras que los menos estimulados, lo que coarta fuertemente las oportunidades y condiciona el desarrollo posterior. Por eso, una iniciativa de la Universidad de Chicago (“Thirty Million Words”) busca educar a los padres de menores recursos para que establezcan una mayor interacción con sus hijos.

Además, otra realidad importante en la región es el rápido envejecimiento de la población. Hoy en día el 11% de la población tiene más de 60 años, pero se prevé que en las próximas tres décadas esta cifra se triplique, es decir, una de cada tres personas va a tener más de 60 años, lo que significaría un 34 por ciento. El envejecimiento en sí es algo positivo y refleja mejoras en las condiciones de vida, sobre todo si los años adicionales son en su mayoría saludables. Sin embargo, estos años se pueden caracterizar por situaciones de dependencia funcional, discapacidad y problemas de salud, lo que representaría un gran problema humano y una carga económica para los sistemas sanitariosSe ha calculado que intervenciones capaces de producir un retraso modesto en la presentación de la demencia, por ejemplo un año, reducirían la prevalencia de la demencia 7% en 10 años y 9% en 30 años. Retrasar cinco años la aparición de los síntomas podría reducir la prevalencia 40% en 10 años y 50% en 30 años. ¿Cómo lograr un envejecimiento saludable? Aquí el conocimiento generado por las neurociencias brinda elementos para diseñar políticas que mejoren las perspectivas del envejecimiento. Y las ciencias del comportamiento pueden contribuir a que la población adquiera hábitos saludables para favorecer a un cerebro saludable.

Por ello, la creación de una red latinoamericana de conducta humana y políticas públicas podría ser crítica para fomentar soluciones innovadoras en desarrollo social, educación y salud, entre otras áreas. Hasta el momento no se han propuesto iniciativas de este tipo que integren esfuerzos entre países de la región con problemáticas similares.

Para el BID, con gran experiencia en políticas públicas y desarrollo social en América Latina, y para Fundación INECO, un polo de neurociencias cognitivas latinoamericano de impacto internacional, es clave aunar fuerzas junto con la tarea de los gobiernos argentino, uruguayo y chileno en la promoción del bienestar de aquellos que más lo necesitan. Acciones como la conformación de esta red son pilares dentro de una estrategia más amplia de determinación para reducir la pobreza y mejorar la equidad social en nuestra región.

Facundo Manes es presidente de Fundación INECO y rector Universidad Favaloro.

Florencia López Boo es economista senior en Protección Social del BID.