En los primeros capítulos de la célebre novela de Melville, Moby Dick, el joven marinero Ismael narra cómo una mañana despertó con la extrañeza de no poder distinguir entre sueño y vigilia. Así, observaba una mano sobrenatural y no podía más que permanecer “congelado por los temores más espantosos”. Se trataba de uno de los efectos de la narcolepsia.
La narcolepsia es un trastorno del sueño que comienza en la adolescencia pero en general se diagnostica pasados 10 o 20 años (o no se diagnostica). Se caracteriza por una sensación de excesiva somnolencia, agotamiento y falta de energías durante el día, independientemente de las horas dormidas por la noche. La narcolepsia, en su forma clásica, presenta “ataques de sueño” diurnos, es decir, episodios intermitentes, breves e incontrolables en los que la persona se queda dormida en cualquier momento y mientras realiza cualquier actividad. A pesar de esto, por la noche suelen padecer sueño interrumpido, lo que los lleva también a tener “nubosidad mental”, dificultad para concentrarse o problemas de atención.
La cataplejía es otro síntoma frecuente. Se trata de una pérdida repentina del tono muscular voluntario mientras la persona está despierta y totalmente consciente. Los ataques catapléjicos pueden ser breves y afectar un número limitado de músculos, como debilidad en el cuello que hace que cabeceen o puedan ser catalogados como “torpes” porque se les caen las cosas de las manos. Sin embargo, también pueden producir una pérdida completa del tono en todos los músculos voluntarios, haciendo que la persona se caiga al suelo, como dormido (pero despierto). Las emociones intensas como el miedo o el enojo y las situaciones estresantes pueden desencadenar estos episodios, aunque también pueden darse de manera espontánea.
En el sueño normal, durante los períodos de sueño REM, se produce una abolición o parálisis fisiológica de los músculos voluntarios y es allí donde aparecen los sueños vívidos. Se cree que esto ocurre para impedir que actuemos y pongamos en práctica aquello que estamos soñando. Se trata de un cerebro muy activo en un cuerpo paralizado. Una alteración en el momento de aparición de esta fase explicaría otros dos síntomas que pueden tener las personas con narcolepsia cuando se están quedando dormidas o al despertar: alucinaciones visuales atemorizantes y la parálisis del sueño, incapacidad de moverse o hablar durante segundos o varios minutos. Esto es lo que recuerda haber vivido y no poder explicar el marinero de Moby Dick. Como en la cataplejía, durante los episodios de parálisis del sueño, la consciencia no se pierde y la capacidad motora y verbal se recuperan por completo.
Si bien se desconoce la causa, se sabe que la narcolepsia con cataplejía es una enfermedad del sueño REM. Está relacionada con la disminución de una sustancia química del cerebro llamada “hipocretina”, que cumple un rol clave para mantenernos despiertos y en la regulación de los ciclos de sueño y vigilia. También se han identificado factores genéticos y autoinmunes relacionados con la narcolepsia.
Existen también formas de narcolepsia monosintomáticas donde las personas solo presentan “ataques de sueño” sin otro síntoma y son mal catalogadas como dormilonas, aburridas o haraganas.
En la actualidad, este trastorno puede ser controlado a través de medicamentos e intervenciones conductuales que apunten a mantener el ritmo de sueño/vigilia y mejorar la calidad de vida. Sin embargo, la narcolepsia está subdiagnosticada y no debe considerarse una afección menor, ya que la somnolencia diurna, la cataplejía, la parálisis del sueño y las alucinaciones hipnagógicas pueden hacer que la vida cotidiana sea muy difícil de sobrellevar para quien la padece. Por lo tanto, es fundamental que se diagnostique y trate a tiempo.