Clarín
Vivimos en un nuevo mundo. La educación, la creatividad, la innovación, la ciencia y el capital humano y social son y serán cada vez más la frontera que separe a los países prósperos de los que no lo son. Y la sociedad argentina tiene que decidir en qué lugar quiere estar. Nuestros niños crecerán en un mundo globalizado interactuando con niños de otros lugares, con experiencias cada vez más dinámicas y exigentes.
Hoy, los países más desarrollados y aquellos que aspiran a serlo apuestan a consolidar sociedades del conocimiento, en donde valores como la verdad, la justicia y el trabajo colectivo no son detalles insignificantes o cualidades “políticamente correctas” opuestas a la “real política” o la “real economía”, sino que atraviesan una visión de país. Las metas de nuestra sociedad deben ser: educación de calidad para todos; protección prioritaria de los cerebros en desarrollo; la ciencia y la técnica atravesando estamentos y colaborando con las políticas de los Estados, de las empresas y de las instituciones del tercer sector; la innovación en el corazón de la inversión productiva; el impulso de la infraestructura; la tecnología como herramienta aliada; instituciones sólidas y transparentes; el cuidado del medio ambiente; y el establecimiento de estrategias de largo plazo.
Es por todo esto que nuestro capital mental, es decir, los recursos cognitivos y emocionales para desarrollar el potencial de cada ciudadano, es la herramienta que más debemos cuidar y estimular. En adelante, si queremos prosperar en medio de una sociedad global cada vez más interconectada y competitiva, ni los recursos naturales, ni la industria, ni el sistema financiero serán las piezas sobresalientes del progreso, sino las capacidades, habilidades y talentos de sus ciudadanos.
Bernardo Houssay decía sabiamente que Argentina era un país demasiado pobre como para darse el lujo de no promover la investigación científica. Parafraseándolo podemos decir que somos una sociedad con demasiadas necesidades y sueños para desinteresarnos por el conocimiento y dejar todo en manos del azar, de las decisiones impulsivas o de los vientos de cola.
El conocimiento y el desarrollo van de la mano. Estos son los verdaderos cimientos de los países que crecen. De esto debemos convencernos todos los argentinos y contribuir, cada uno desde nuestro lugar, a que se transformen de una vez por todas en una prioridad de la agenda social. Se trata de una verdadera revolución de la que todos debemos ser protagonistas. El futuro no perdonará a quienes abdiquen del conocimiento.