Tristemente la mayoría de nosotros nos hemos enterado sobre algún tipo de hostigamiento que sufrió una persona por parte de otra (o varias) en la escuela, en el club, en la oficina. En los últimos años, las redes sociales, los foros virtuales, los mensajes de correo electrónico o los mensajes instantáneos en el teléfono celular son también utilizados como un canal para este hostigamiento. Se reconoce como “ciberacoso” (cyberbullying) a la intimidación psicológica sostenida en el tiempo y con cierta regularidad producida por medio de las tecnologías de la información y la comunicación. Así, se utiliza Internet para enviar o publicar mensajes desagradables, ofensivos, discriminatorios o intimidantes hacia alguien.
Quien lo sufre a menudo suele mostrar síntomas psicológicos y psiquiátricos compatibles con el trastorno de estrés post-traumático, incluyendo trastornos de ansiedad, de aprendizaje, culpa o depresión, baja autoestima y sentimientos de impotencia. Una encuesta realizada en 2013 a más de 10.000 adolescentes en el Reino Unido reveló que 7 de cada 10 jóvenes habían sido víctimas de cyberbullying. Pese a que es un fenómeno más común entre adolescentes, este tipo de agresiones puede darse también entre adultos.
Se trata de un problema difícil de abordar ya que muchas personas no lo toman en serio y, en algunas circunstancias, es difícil distinguir qué clase de comentarios o publicaciones en Internet pueden ser calificados como “acoso”. Además, quienes son víctimas de este hostigamiento normalmente no saben cómo denunciar estas conductas.
En un estudio de la Universidad de California se demostró que los agresores suelen degradar a otros para consolidar y reforzar su propia posición. Asimismo, los hostigadores virtuales actúan para compensar su baja autoestima. Algunos, incluso, exhiben rasgos de personalidad antisocial y pueden mostrar características de psicopatía como conductas de agresión y falta de empatía. Es lógico pensar que las personas que tienen tendencias antisociales en la vida real puedan mostrar un desprecio similar para otros en el mundo virtual. Sin embargo, el psicólogo John Suler advierte que también adultos sin trastornos de la personalidad pueden realizar comportamientos intimidatorios en las redes sociales porque les permite crear un personaje virtual separado de su identidad cotidiana. Es que bajo el anonimato, es más difícil responder por las acciones. Asimismo, los llamados “troll” suelen provocar de manera virtual con palabras y modos que no se atreverían a usar cara a cara. Estudios revelaron que las personas eran más propensas a amenazar a sus pares en el debate cuando utilizaban un “alias” y no, sus nombres reales.Pero los casos más nocivos y prevalentes de intimidación on line surgen de la combinación de fuerzas del anonimato y del sentido de pertenencia a un grupo. Cuando los participantes sin rostro asumen la identidad del grupo que los rodea, se afianza la mentalidad de masa virtual. En ellas, las personas impulsivas y agresivas tienden a copiarse los unos a los otros.
Muchas veces desconsideramos el daño y el sufrimiento que puede causar en el otro este tipo de acoso. Pero debemos reconsiderarlo, sobre todo para comprender que tienen secuelas negativas en el receptor, una persona de carne y hueso que está siendo dañada, y actuar en consecuencia. Podemos (y debemos) reorientar esas tendencias negativas en tanto y en cuanto todos somos ciudadanos de esta gran comunidad.