Todos queremos que Messi siga jugando

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La Nación

Ayer fue un día triste para los argentinos. Nada del otro mundo, claro: no se trata de catástrofes ni de cosas irreparables. Solo que el fútbol, como otras manifestaciones populares, parece poner a la luz lo que nos pasa. El domingo muy tarde fuimos testigos de otra derrota de la selección de fútbol en una final, y la bronca se dio más por esa sensación recurrente de escalar la montaña y, justo cuando se está por llegar a la cima, se desbarranca la ilusión y, además del golpe, nos miramos desahuciados con la impresión de que hay que empezar otra vez desde cero. Además, lo que exagera la pena es la sensación de sentir que desaprovechamos oportunidades únicas: que el mejor jugador del mundo sea de tu equipo; que un mundial como el pasado sea casi de local; que los equipos tradicionalmente más poderosos se vayan quedando afuera como esta vez en la copa América. Pero ni aún así.

La frustración es una cualidad muy humana: querer algo y no conseguirlo nos suele pasar, y eso hace que nos sintamos mal. La clave es qué hacer con eso. Una opción es quedarnos empantanados pensando en todo lo bueno que podría haber pasado y no pasó, y así sentirnos aún peor. La otra es poner a jugar nuestra capacidad “resiliente”: intentar superar la adversidad y transformar la experiencia en un aprendizaje que nos permita tener más herramientas para el nuevo desafío. Y estímulos para superarlo. Una condición muy importante para lograrlo es estar convencidos y, para eso, tener propósitos y proyectos que nos permitan focalizar más en la meta que en la piedra y del tropiezo. Saber que los caminos son arduos y largos, y que cada traspié no nos obliga a empezar todo de cero. Solo hay que levantarse, reflexionar sobre lo que nos pasó, curarse las heridas y seguir andando.

Una imagen que seguramente nos quedará en la memoria es la del genial Lionel Messillorando desconsoladamente por él y por nosotros. Y la verdad es que, con o sin lágrimas, la mayoría de quienes lo estábamos viendo también lloramos por nosotros y por él: queremos que la película termine con que los buenos ganen alguna vez, que se cumpla la “justicia poética” de los que tomaron el camino del esfuerzo y del compromiso para multiplicar por mil su talento, y como retribución a quien hace muchos años tomó una decisión trascendente que a todas luces no le traería mayor comodidad y satisfacción inmediata, que fue la de representar al seleccionado de fútbol del país que lo vio nacer y no a otro que le proponía un devenir más confortable y menos riesgoso. Pero Messi decidió por Argentina.

Antes de apagar la TV, ayer mi hijo de 8 años me preguntó muy apenado si yo creía que alguna vez por fin seríamos campeones. Le dije que ojalá, pero que no lo sabía. “Y entonces, ¿no podemos hacer nada?” “Sí, muchísimo: vos ir a dormir y mañana ir a la escuela; yo, a trabajar; y Messi, seguir jugando. Si cada uno hace lo que tiene que hacer, vamos a tener más chances”. Ayer, en ese lunes nublado, Pedrito temprano se fue a la escuela; yo, a trabajar al Instituto; y Messi… todos queremos que siga jugando en nuestra selección.