Los entornos que habitamos y por los que nos desplazamos influyen en nuestras decisiones, comportamiento y creencias. Por ejemplo, hace décadas se ha comprobado que existe una clase de neuronas en el hipocampo (área cerebral fundamental en la consolidación de la memoria), denominadas “células de red”, que funcionan como un GPS para nuestro cerebro. De modo similar que estos artefactos tecnológicos, estas neuronas construyen mapas cognitivos del lugar donde nos encontramos que nos posibilitan ubicarnos y orientarnos espacialmente.
En 2015, un artículo publicado en la prestigiosa revista Nature reveló que las células de esta red no tienen un patrón fijo de organización (es decir, no respetan siempre la misma distancia u orientación entre ellas) sino que son influenciadas por la forma espacial del entorno, lo que impacta directamente en la percepción. Para probarlo, exploraron los patrones de red que estas células formaban en roedores que habían recorrido distintos tipos de espacios (circulares, trapezoidales y cuadrados). Los investigadores observaron que los patrones de organización de estas células cambiaban de forma para alinearse con la forma de las paredes del contexto.
Más allá de lo sorprendente de cómo el espacio externo impacta en la configuración de patrones de células en nuestro cerebro, la influencia del contexto es todavía mucho más amplia. En este sentido, en 1984 el investigador Roger Ulrich vinculó la ubicación en un entorno natural de un hospital en Estados Unidos con la reducción del tiempo de recuperación de pacientes con operaciones quirúrgicas.
Otros estudios han investigado el impacto del entorno en las capacidades cognitivas. Se solicitó a un grupo de estudiantes que diera un paseo por las calles de la ciudad y a otro grupo que recorriera un parque arbolado. Así se observó que quienes habían paseado por el parque obtuvieron un desempeño superior en tareas que requerían atención en relación a los otros. En 2013 se analizó el desempeño en pruebas de memoria y atención en más de 2000 alumnos de una escuela primaria de Barcelona. Se encontró que los niños que vivían cerca de espacios verdes tenían una leve mejora en estas pruebas.
Una investigación reciente realizada por científicos de la Universidad de Bath (Reino Unido) sugiere que los entornos bien planificados pueden, además de promover nuestro bienestar físico y psicológico, afectar nuestra manera de pensar el mundo, nuestra personalidad y, en consecuencia, nuestras decisiones. En este estudio se señala cómo nos afecta el movimiento por el espacio. Así, nuestra experiencia por el entorno que transitamos influye en la comprensión que tenemos del contexto. Por ejemplo, sostienen los investigadores que si aprendemos cómo llegar a un lugar usando un mapa, nuestra comprensión de este lugar va a ser distinta que si recorremos el lugar sin mapa. En el primer caso, posiblemente asociemos los distintos lugares y objetos del lugar a su ubicación en el mapa; en el segundo caso, es más probable que estas asociaciones se realicen en función de nuestra propia experiencia personal, es decir, si estuvimos en lugares similares y la manera en que los recorrimos.
Los entornos en los que nos movemos afectan nuestra manera de comportarnos, nuestra salud y el modo en que nos movemos por el mundo. Esto sugiere que crecer en ciertos entornos puede tener efectos perjudiciales o beneficiosos sobre nuestras capacidades cognitivas. Es clave tenerlo en cuenta para nuestra tarea cotidiana y también fundamental para la planificación de nuestra vida en comunidad.