Hace unos días circuló por todos los medios de nuestro país y muchos del mundo, el informe de la Universidad Católica Argentina que alertaba sobre los niveles actuales de pobreza y desigualdad en la Argentina. La realidad que describe (y denuncia) es impactante en general, pero uno de los aspectos más dramáticos e inmorales en esa cifra es la que da cuenta de los tantísimos niños que se encuentran en situación de vulnerabilidad social que pueden estar comprometiendo así su desarrollo.
La mayoría de los niños al nacer tiene la misma capacidad de aprender. Sin embargo, desde muy temprano, el contexto sociocultural impacta sobre ellos. La posibilidad de que puedan desarrollar al máximo su potencial depende, en gran parte, del apoyo del entorno ligados a la estimulación cognitiva y afectiva y a la nutrición. Los altos niveles de estrés ambiental y psicosocial al que están expuestos los niños de familias con recursos insuficientes influyen negativamente en su desarrollo físico y psicológico. Además, por las necesidades de sobreocupación de sus padres, tienen menores posibilidades de recibir apoyo y estimulación por parte de sus cuidadores primarios. Así, un niño pequeño que está frecuentemente ligado a situaciones desapacibles, experimenta la activación persistente del sistema neuroendócrino que controla las reacciones al estrés a través de la liberación de hormonas. Por eso mismo, pueden aumentar los niveles de cortisol de manera crónica y afectar de manera negativa el desarrollo cerebral dañando neuronas en las áreas asociadas a las emociones y el aprendizaje.
El desenvolvimiento temprano de las habilidades cognitivas está gestado por múltiples factores como la nutrición, la salud y las interacciones con sus cuidadores. El apoyo y afecto de los cuidadores en la primera infancia es un predictor importante del desarrollo de áreas cerebrales asociadas a la memoria, como el hipocampo. Por eso, es necesario que existan proyectos institucionales que busquen suplir, potenciar o complementar aquello que las familias que sufren carencias no pueden otorgar. La calidad de la crianza y la estimulación verbal son fundamentales para el sistema neuroendócrino de respuesta frente al estrés, el desenvolimiento de habilidades cognitivas y del lenguaje de los niños. El investigador Clancy Blair, de la Universidad de Nueva York, observó que los niños cuyos cuidadores brindaron mayor estimulación tienen menores niveles de cortisol y mejor capacidad de las funciones ejecutivas (habilidades cognitivas que nos permiten adaptarnos a situaciones nuevas y complejas).
Algunos programas existentes se han focalizado en otorgar subsidios para aliviar a las familias de los gastos de bienes y servicios durante el desarrollo infantil. Eso está muy bien, es necesario pero no es suficiente. Otros países lo han desarrollado también con disparidad de eficacia. Los resultados sugieren que los programas deben ir más allá. Porque además de una necesidad real ligada a los ingresos de las familias, para lograr una mejoría en las prácticas de crianza es imprescindible el compromiso general para que todos los padres adquieran (adquiramos) los conocimientos acerca del desarrollo infantil, para mantener conductas de crianza positivas y tener la oportunidad de poner en práctica estas competencias.
Los informes, las estadísticas y las noticias como las que dio a conocer el Observatorio de la Deuda Social de la UCA funcionan sin duda como diagnóstico y llamado de atención, pero sobre todo debe servir para una planificación e intervención metódica y sostenida para revertir esta realidad. Porque es cierto que la falta de recursos afecta negativamente al desarrollo cognitivo de los niños, pero también que no es irreversible. Pero debe ser ahora, ¿o qué otra cosa más importante tenemos para hacer?