Escena de la vida cotidiana: amanece un día de semana cualquiera en la ciudad y en algún lugar suena el despertador. Una persona se estira en la cama, intenta apagarlo, mira la hora y piensa: “Uy, ya debería estar en la ducha. ¡Qué mal que dormí! No pude dejar de pensar en el problema del trabajo. Encima me duele el cuello. Tendría que ir al kinesiólogo, pero nunca tengo tiempo para nada. Además, recién los chicos empezaron la escuela y tengo que estarles atrás. Tendría que salir ahora mismo para el trabajo, porque ya volvió todo el mundo de vacaciones y el tránsito es un caos. Se me cierra la garganta y me duele el pecho. Ya quiero que sean las diez de la noche de una vez. El despertador sigue sonando y por fin logra callarlo. Con mucho esfuerzo, corre la sábana y se pone de pie.
Los cambios en los estilos de vida impuestos por el devenir social hacen que cualquiera de nosotros, con los más y los menos, podamos ser esta persona: responsabilidades, obligaciones, estrés, ruido, apuro, etcétera nos atrapan y casi no dejan tiempo para el placer y el ocio que hacen la vida un poco más apacible.
Muchos sienten que determinadas sensaciones se instalan y se vuelve una fatalidad convivir con ellas. Preocuparse demasiado por las cosas (no poder dejar de pensar en un problema, aunque a todas luces no es tan importante), dificultades de concentración, una sensación en el pecho en forma permanente, temor a perder el control, miedo a morir o pensamientos negativos sobre uno mismo son algunos de los síntomas cognitivos que podemos identificar ligados a la “ansiedad”. Lo que trae, a su vez, dolores de cabeza, respiración agitada, molestias en el estómago, tensión muscular, palpitaciones, sudoración, temblores, taquicardias o mareos que interfieren en nuestro bienestar.
Pero, ¿qué es la ansiedad de la que todo el mundo habla? Es la más común de las emociones básicas del ser humano. Es un fenómeno que se da en todas las personas, que bajo condiciones normales mejora el rendimiento y la adaptación al medio social o laboral, ya que nos moviliza ante situaciones amenazantes y preocupantes para que podamos afrontarlas adecuadamente. Se trata de una respuesta de nuestro organismo ante algo que percibimos como peligroso. Por eso actúa como nuestro sistema de alarma cuya función es detectar rápidamente una amenaza y prepararnos para hacerle frente. Por ejemplo, nos ayuda a escapar si se presenta alguna situación que nos ponga en peligro o a estudiar cuando estamos por dar un examen.
Sin embargo, cuando sobrepasa determinados límites, la ansiedad deja de ser adaptativa y se convierte en un problema de salud que impide el bienestar e interfiere en nuestras actividades sociales, laborales o intelectuales. Estar nervioso -o ansioso- ante situaciones de tensión como exámenes, ir al médico o conocer los resultados de una entrevista laboral es un mecanismo normal que tiene nuestra mente para prepararnos frente a lo desconocido. Pero, en ciertas circunstancias, la ansiedad, la preocupación o el miedo se presentan sin que exista una causa que lo justifique. La Ansiedad Generalizada, el Trastorno de Pánico y la Fobia Social son ejemplos muy frecuentes de trastornos ansiosos.
Los problemas de ansiedad son varios, pero la preocupación excesiva e incontrolable es la característica fundamental del Trastorno de Ansiedad Generalizada. En estos casos la persona se preocupa excesivamente por numerosas cuestiones de su vida cotidiana, lo que la hace permanecer en un estado de tensión permanente. Esta tensión sostenida está asociada especialmente a contracturas, dolores de cabeza, dolores físicos, mayor irritabilidad y problemas para dormir. Los dolores más frecuentes asociados con este problema son el de cuello, hombros, de espalda y de pecho.
Si tiene síntomas de crisis de pánico, el dolor de pecho puede asociarse a palpitaciones, dolor en las extremidades, sensación de entumecimiento del brazo izquierdo, calambres, mareos, etcétera. De repente pueden sentir que se van a morir, tienen sudoración en las manos, les falta el aire, se les nubla la vista, les zumban los oídos. Muchas personas terminan en la guardia del hospital porque creen que tendrán un problema cardíaco y, al revisarlos, les informan que no tienen nada (esto a veces les provoca mayor incertidumbre y nervios, porque siguen creyendo que “tienen algo” que aún no le encontraron). El dolor de estómago también es de los más característicos y se debe a que nuestro cerebro prepara al organismo para dirigir la energía a aquellas partes del cuerpo imprescindibles para luchar y/o huir de algún peligro, afectando así al proceso digestivo.
Según diferentes estudios se calcula que un poco más del 20% de la población padece -o padecerá- problemas relacionados con la ansiedad con una importancia suficiente como para requerir tratamiento. Algunos de estos trastornos empiezan tempranamente, como las Fobias y el Trastorno Obsesivo Compulsivo o la Ansiedad Social. Normalmente, cuando una persona con trastornos de ansiedad busca tratamiento es porque lo ha sufrido por más de una década. La mejoría espontánea (sin consulta ni tratamiento profesional), si bien es posible, es improbable.
“Ya se me va a pasar”o “Con voluntad y tranquilidad pasa” son pensamientos frecuentes que tienen ante dicho trastorno. Querer que los síntomas desaparezcan no es suficiente. Pedir ayuda es una excelente opción para combatirla y poder vivir mejor. Hoy existen tratamientos eficaces para mejorar la calidad de vida de hombres y mujeres que sufren de ansiedad patológica. Se aconseja en muchos casos que su tratamiento esté acompañado de la adquisición de hábitos saludables, como el ejercicio aeróbico regular, que colaboren con el bienestar.
La escena de la vida cotidiana del comienzo sigue así: la persona por fin se duchó y, mientras repasa las novedades en su computadora, lee esta nota. Lo que transcurre después depende de cómo la vayamos viviendo.