La historia de la humanidad está signada por tragedias que han tenido lugar y que, a pesar del avance de la tecnología, las instituciones supranacionales, las religiones y las militancias pacifistas, siguen ocurriendo. Una de las preguntas que la ciencia ha intentado responder se vincula con los rastros que estos traumas pueden dejar en las víctimas cuando logran sobrevivir. Específicamente en su información genética, y, por ende, en la de sus descendientes.
Sabemos que eventos estresantes (por ejemplo, el abuso) en la infancia pueden tener un impacto psicológico en la edad adulta. Investigaciones recientes sugieren que estos efectos pueden persistir en posteriores generaciones. Si bien la mayoría de las personas sufre eventos adversos a lo largo de su vida, sólo un pequeño porcentaje desarrolla luego los síntomas que caracterizan el trastorno de estrés postraumático. Contrariamente, otra pequeña porción de esta población resulta fortalecida de estas situaciones, fenómeno que se llama “fortalecimiento postraumático”.
Un concepto clave para intentar comprender la relación entre el sufrimiento de circunstancias traumáticas durante el desarrollo y la maduración del sistema nervioso central y sus posibles efectos duraderos en la transmisión de genes y en el funcionamiento cerebral es el de “regulación epigenética”. Se trata de una serie de procesos bioquímicos que ocurren a nivel molecular sin afectar el código genético de un ser vivo. Su función esencial es mediar entre el impacto del medio ambiente y los cambios genéticos.
La metilación del ADN es uno de los procesos epigenéticos más relacionados con los trastornos postraumáticos y el desarrollo de algunas enfermedades. Consiste en un proceso químico que es capaz de desactivar la expresión de genes internos del ADN. Se cree que atravesar momentos terribles puede provocar cambios que luego posibiliten una vulnerabilidad en los procesos de regulación del estrés, en la respuesta inmunológica, y en la actividad de neurotransmisores y elementos genómicos repetitivos. Interesantes estudios han comenzado a investigar estos procesos a través del análisis de tejidos periféricos como la sangre y la saliva. Analizando las muestras de veteranos de guerra, descubrieron cambios moleculares en aquellos que padecían el trastorno de estrés postraumático. Estas investigaciones sugieren que una vulnerabilidad en un proceso epigenético como la metilación de ADN predispondría a una alteración en la respuesta futura del organismo al estrés. Entonces es posible suponer que quienes poseen esta modificación podrían representar ese pequeño porcentaje de personas que, tras vivir un trauma, desarrolla una conducta desadaptativa (trastorno de estrés), en lugar de no traumatizarse o desarrollar un fortalecimiento postraumático.
Cuando los dictadores argentinos tomaron la criminal e irresponsable decisión de ir a las Malvinas a hacer la guerra, no sólo estaban mandando a morir a cientos de jóvenes inocentes cargados de futuro y condenando a los sobrevivientes a sufrir las secuelas dramáticas de un conflicto bélico extremo (secuelas que se evidencian en las mutilaciones de los cuerpos y en el impacto psicológico que llevó a numerosos excombatientes que se quitaron la vida), sino también a las generaciones que los sucedieron, a sus hijos y a los hijos de sus hijos, a cargar con el peso de esa crueldad.