El conocimiento como motor de la producción y el desarrollo poscovid-19

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Facundo MANES
Presidente honorario de Fundación INECO. Doctor en Ciencias de la Universidad de Cambridge, Inglaterra.

Laura GONZÁLEZ
Investigadora del Instituto de Investigación sobre Conocimiento y Políticas Públicas de la Comisión de Investigaciones Científicas de la PBA (CPP-CIC). Profesora en Antropología de la UBA.

 

A lo largo de la historia, las epidemias han llevado a grandes cambios sociales. Todavía no sabemos cómo será el mundo después de la pandemia del covid-19. Sabemos que hoy debemos tratar con todas nuestras fuerzas y todos nuestros recursos de vencer al virus. Y que luego, todos deberemos reconstruir el mundo. Y a nosotros, los argentinos y las argentinas, nos va a tocar reconstruir nuestro país.
La pandemia ha puesto irremediablemente en el centro de la escena grandes problemas crónicos e históricos —la enorme desigualdad económica, la diferencia en el acceso a la salud, a la educación, al trabajo formal—, pero hoy también nos interpela la falta de un proyecto común que nos una como nación más allá de las contingencias. Para que la democracia funcione debemos pensar las soluciones colectivamente. No podemos superar una nueva crisis con las recetas de siempre.
La Argentina necesita hoy más que nunca un acuerdo político que la estabilice, basado en una visión y un plan estratégico de país, para lograr así un sendero de desarrollo sostenido —y posible— que permita el bienestar de toda la población. Este plan no debe ser el de un grupo, un partido político o un solo gobierno, sino realmente el acuerdo básico social.
Tenemos que hacernos de una vez por todas las preguntas importantes: ¿Cómo vamos a hacer para asegurar que nadie tenga menos oportunidades de desarrollarse plenamente? ¿Cómo vamos a insertarnos en la economía global pospandemia? ¿Qué Estado necesitamos? Por sobre todas las cosas, tenemos que plantearnos seriamente cómo vamos a hacer para producir más como país.
A lo largo de nuestra historia aplicamos diferentes políticas. Dimos volantazos bruscos entre una y otra, al costo de vaivenes económicos y crisis recurrentes. Probamos casi todo. Y, sin embargo, todavía nos falta transitar uno de los caminos clave para el crecimiento sostenido: invertir, sistemática e inteligentemente, en ciencia, tecnología e innovación, y construir puentes muchísimo más sólidos entre conocimiento y producción. Es así como lograremos transformar nuestra matriz productiva.
Por supuesto que son imprescindibles las políticas de estabilización macroeconómica. Pero la única manera de lograr desarrollo, equidad, mejores salarios, aumento de las exportaciones de alto valor y todo un círculo virtuoso para nuestro país es invirtiendo en desarrollo humano (nutrición adecuada, salud, educación de calidad) y poniendo al capital humano y al conocimiento (creatividad, inno-vación, ciencia, tecnología) como motores del progreso.
La ciencia, como la inversión en la educación, la innovación permanente y la tecnología propia, no son lujos de los países prósperos: son una puerta privilegiada para salir de los ciclos de crisis y estancamiento, son los cimientos de los países que quieren desarrollarse de una vez por todas.
Se necesita una fuerte voluntad política y un amplio consenso social para presionar por esto y así lograr que se convierta en una política de largo plazo para la Argentina. Todos tenemos que saberlo: un país de las características de Argentina no podrá mejorar el bienestar de su población con una política de mano de obra barata, exportando materias primas, sus derivados o productos con poco valor agregado, con bajos niveles de investigación, innovación y capacidad de marca.
La aplicación de nuestra capacidad científica a procesos productivos permite exportar bienes que se distinguen en el mundo por su calidad. Tenemos que ambicionar exportar manufacturas de alto contenido tecnológico. Debemos crear un sector de proveedores de alta tecnología para las diferentes industrias y los distintos sectores. Para esto, el sistema científico-tecnológico debe estar imbricado en el sistema productivo.
Por supuesto que es bienvenido tener soja, minerales, pesca y litio, pero si no somos eficientes y no tenemos un potente sistema científico-tecnológico vinculado a la producción, no podremos generar desarrollo propio y quedaremos condenados a importar ideas e innovaciones ajenas.
No es magia ni suerte: los países que lograron multiplicar su ingreso per cápita y mejorar el bienestar general de su población lo consiguieron gracias a la inversión estratégica en ciencia, tecnología e innovación, y su vinculación con la producción. Entonces, cuando hablamos de política científica, no estamos hablando solamente de investigadores, laboratorios y papers: estamos hablando de crecimiento económico, de progreso y de equidad.
Necesitamos inversión, pero también algo que a los argentinos nos suele faltar: constancia y paciencia. Los frutos de la apuesta por el conocimiento no se cosechan de la noche a la mañana, pero el beneficio es mayor y más duradero. La inversión sostenida y con asignaciones mucho más importantes que las actuales nos va a permitir abordar los desafíos de nuestro país con estrategias a largo plazo. Gra-cias a ellas se puede generar riqueza y mejorar las condiciones de vida de todos.
Tenemos una oportunidad histórica de pensar juntos cómo queremos que sea la Argentina del día después. Este proceso nos obligará a reconsiderar quiénes somos y qué valoramos en verdad, y en el largo plazo puede ayudarnos a redescu-brir nuestra mejor versión. Y darnos cuenta más que nunca de que el conocimiento es nuestra más eficaz arma ante otras grandes amenazas de nuestro tiempo: la ignorancia, las mentes sesgadas, los prejuicios, la incomprensión del otro.
Los científicos, los intelectuales, los expertos de todas las áreas tenemos una gran responsabilidad. No podemos quedarnos en la comodidad del reconoci-miento por saber de nuestros temas. Debemos adaptarnos, sentar las bases, precisar nuestros mensajes para poder comunicarlos claramente y planear las estrategias para lo que viene.
Resulta difícil pensar que no seremos juzgados por las próximas generaciones por cómo hayamos respondido a esta crisis de dimensiones insólitas. Nuestra fuerza debe estar en el deseo de un futuro mejor para todos. Y lo que sostiene esa fuerza colectiva en el tiempo es la organización. Las crisis y las emergencias muchas veces han sido fuerzas que ayudaron a parir nuevas ideas y oportuni-dades y han fortalecido las voces de los pueblos. Que el país sea mejor una vez superada la crisis del covid-19 va a depender de todos y cada uno de nosotros.