La Argentina del día después

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Clarín

Lo que estamos viviendo por estas semanas es algo sin precedentes. Nunca antes una enfermedad se expandió tan rápidamente y nunca antes estuvimos tan interconectados.

Esta pandemia además de ser una amenaza para la salud, está provocando impresionantes crisis a nivel mundial: de salud pública, económica, social, de relaciones entre los países, y también una crisis moral que además tiene un gran impacto en las emociones y en los comportamientos individuales y sociales. Un trauma global.

A lo largo de la historia, las epidemias han llevado a grandes cambios sociales. Todavía no sabemos cómo será el mundo una vez que esto pase pero sí vemos desde hoy cómo el virus está reconfigurando las relaciones de las sociedades con sus gobiernos, con la ciencia, con la tecnología, con el ambiente, con el mundo exterior, con los demás.

Este proceso nos obligará a reconsiderar quiénes somos y qué valoramos en verdad, y en el largo plazo puede ayudarnos a redescubrir nuestra mejor versión. Y darnos cuenta más que nunca de que el conocimiento es nuestra más eficaz arma ante otras grandes amenazas de nuestro tiempo: la ignorancia, las mentes sesgadas, los prejuicios, la incomprensión del otro.

Pero debemos estar atentos, porque también puede sacar lo peor de la especie humana: el individualismo, el totalitarismo, la restricción de libertades. El enorme temor que este nuevo virus genera en las sociedades crea un peligroso caldo de cultivo para la reaparición de movimientos y regímenes antidemocráticos.

La vacuna contra ello es siempre más democracia, anclada en la pluralidad, el respeto y los buenos ejemplos. Debemos estar alertas y comprometernos para que esta experiencia nos devuelva una mejor sociedad y no una más amenazante.

Vivimos días de incertidumbre que por momentos se hace densa y difícil de sostener. Un brote de estas características implica inevitablemente que la comunicación y la toma de decisiones ocurran en un contexto en el que la evidencia va evolucionando con el correr de los días. La única certeza durante esta epidemia es que la información irá cambiando día a día, incluso minuto a minuto. No hay recetas previas.

En las últimas semanas, las rutinas diarias cambiaron abruptamente. Nos toca adaptarnos a una nueva modalidad de convivencia familiar y a nuevas formas de interacción social. Esta situación puede afectar nuestro estado de ánimo. Asimismo, según un estudio reciente de The Lancet, factores como desconocer la duración total de la cuarentena, o de esta experiencia total, inciden en los niveles de ansiedad.

Los sistemas de salud en el mundo se están poniendo a prueba como nunca. El nuestro tiene las limitaciones de un país que atraviesa desde hace mucho tiempo una crisis económica y social.

Las instituciones sanitarias se enfrentan en muchos casos con la escasez de recursos humanos, de insumos y la precariedad de la infraestructura. En ese contexto, trabajan miles de personas para hacerle frente a la emergencia sanitaria.

Es importante que el reconocimiento y el cuidado de los trabajadores de la salud se transformen en protocolos y políticas concretas. Hoy son quienes no pueden quedarse en casa y están exigiendo al máximo su salud física y mental para cuidarnos a todos.

Estos trabajadores (médicos, enfermeros, camilleros, personal de limpieza y mantenimiento) están entre los grupos de personas que pueden verse más afectadas por esta pandemia. Debemos reforzar no solo el sistema de salud en general, sino también las redes de contención emocional. Son conmovedores los aplausos todas las noches y ojalá perdure ese reconocimiento en el tiempo. Pero también les debemos más y mejor protección, cuidar a quienes nos cuidan debe ser una prioridad.

Las decisiones que tomemos ahora van a impactar en los próximos meses y en nuestro futuro como país. Estamos hablando de reducir el daño y actuar para ese futuro que, sin dudas, no va a ser igual al que conocimos ni el que esperábamos.

En este momento tan extraordinario, necesitamos liderazgos que estén a la altura de lo que estamos viviendo y de lo que vendrá. Necesitamos liderazgos que digan la verdad, que tomen decisiones para cuidar a las personas y que transmitan calma y confianza.

Es hora de usar los recursos de forma estratégica y transparente para prepararse para lo que viene. Se trata de potenciar al máximo los recursos económicos de los Estados y las sociedades; y también nuestras capacidades humanas que son el conocimiento, la creatividad, la solidaridad. Por fin, debemos darnos cuenta de que estamos en el mismo barco y terminar con las miserias que nos enfrentan y nos hacen perder tiempo y energía.

Hoy debemos tratar con todas nuestras fuerzas de vencer al virus. Y luego todos deberemos reconstruir el mundo después de la pandemia. Y a nosotros, los argentinos, nos va a tocar reconstruir nuestro país.

Deberemos ocuparnos de una vez por todas de que nadie tenga menos oportunidades que otros de comer bien, de cuidar su salud, de educarse y trabajar para alcanzar todo su potencial. Deberemos prestar principal atención a quienes más sufrieron -y sufren- las consecuencias de esta tragedia. Deberemos enfocar nuestra inversión y estímulo a lo que -hoy se ve a todas luces- representa el capital más importante para el desarrollo y también para superar las crisis, que son la ciencia, la tecnología, la educación. No existen soluciones sólidas y duraderas a las grandes problemáticas que enfrentamos solamente con buena voluntad, con garra o con picardía, sino, y fundamentalmente, con estrategia, con gente entrenada y experta. No podemos solucionar este problema sanitario, económico y moral que estamos viviendo con las mismas recetas de siempre. Resulta difícil pensar que no seremos juzgados por las próximas generaciones por cómo hayamos respondido a esta crisis de dimensiones insólitas. Tenemos una oportunidad histórica de pensar juntos cómo queremos que sea la Argentina del día después.