El impulso adolescente

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La Nación

Muchas veces, frente a ciertas actitudes propias de hijos, nietos, alumnos o vecinos adolescentes, los adultos suelen preguntarse “pero, ¿qué tiene este chico en la cabeza?”. El conocimiento neurocientífico nos permite exhibir algunas respuestas sobre las conductas en esta etapa tan importante de la vida.

Durante la adolescencia se produce un desajuste en la maduración de ciertas áreas cerebrales. Mientras que el sistema límbico, que impulsa las emociones, se intensifica en la pubertad; la región que controla los impulsos, la corteza prefrontal, no termina de madurar hasta los 20-25 años. Así, ante situaciones emocionales que implican la toma de decisiones, el sistema límbico prevalecerá frente al control cognitivo que aun está en desarrollo.

Investigaciones recientes muestran que los adolescentes, más que las personas de cualquier otra edad, tienden a preferir las recompensas inmediatas y, por lo tanto, toman decisiones a corto plazo en lugar de perseguir objetivos a largo plazo. ¿Por qué tienen tanta dificultad para controlar sus impulsos? En los primeros años de la adolescencia, la parte del cerebro que procesa las emociones experimenta grandes cambios. Este fenómeno ha sido explorado a través de las tareas de “descuento temporal”, en las que las personas deben elegir entre obtener una recompensa pequeña de manera inmediata (por ejemplo, $500 hoy) o una mayor pero a largo plazo ($1000 la semana que viene). Distintos estudios han examinado que la capacidad de elegir por la opción a largo plazo se incrementa con la edad y que esto, asimismo, está asociado con el aumento en la conectividad entre áreas cerebrales vinculadas al procesamiento de recompensas (el cuerpo estriado) y áreas asociadas a la planificación y monitoreo de los objetivos a largo plazo (la corteza prefrontal dorsolateral).

Tradicionalmente, las investigaciones acerca de los mecanismos cerebrales propios de los adolescentes se han orientado a explorar los efectos potencialmente negativos de la mayor sensibilidad y excitabilidad a nivel neural cerebral que los distinguen, así como su impacto en las conductas de riesgo. Sin embargo, hay estudios científicos que demuestran que algunas de estas características pueden ayudar a que, en ciertas circunstancias, los adolescentes tomen decisiones óptimas y se adapten mejor a los cambios, y a que sean más propensos a la exploración y al aprendizaje. Además los vuelven capaces de dar grandes saltos en la cognición y ser más adaptables.

La relación entre adultos y adolescentes -sea entre padres e hijos, entre profesores y alumnos- puede ser compleja. Entender cómo funciona el cerebro adolescente nos puede aportar claves para mejorar este vínculo; y a las sociedades, a generar cada vez más eficaces programas -de educación, de salud, de participación ciudadana- que los comprendan.