La psicología de la tiranía

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Revista VIVA

Luego de las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial, toda la sociedad comenzó a preguntarse cómo fue posible que eso sucediera. Así fue postulado uno de los conceptos que permitió dar cuenta del desgarrador e inconmensurable crimen contra la humanidad, el de la “banalidad del mal”, formulado por Hanna Arendt. La filósofa dio cuenta de que Adolf Eichmann, quien se había refugiado en Argentina, estaba siendo juzgado en Jerusalén y sería condenado a la pena capital, no mostraba una personalidad perversa, sino más bien era un hombre ordinario.

La psicología social, de gran desarrollo a partir de la segunda mitad del siglo XX, también comenzó a indagar en las posibles razones que llevaban a que seres humanos se comportaran cruelmente contra sus semejantes. Las primeras investigaciones planteaban que cuando las personas actúan de manera colectiva pierden su capacidad de razonar moralmente y si además tienen la función de ejercer poder, sienten impulso de desenvolverse autoritariamente. Entonces se esgrimió que los seres humanos comunes se pueden volver crueles y agresivos en un contexto grupal, lo que significaría que estas estructuras colectivas son inherentemente peligrosas. Sin embargo, en los últimos años se han puesto a discusión estas conclusiones. Se ha demostrado que los grupos no solo tienen el potencial de perpetrar actos antisociales, sino que pueden representar el camino para terminar con situaciones de opresión. Asimismo, las personas, al trabajar en conjunto, pueden crear un mundo social basado en valores compartidos que les permiten autorrealizarse colectivamente.

Sin dudas, la tiranía es producto de procesos sociales. Pero las personas no pierden la cabeza al formar parte de un colectivo y sólo se identifican con ese grupo cuando hallan sentido de hacerlo. Las personas pueden hacer cosas terribles en grupos, pero no hay algo esencialmente dañino en los grupos. Entonces, ¿qué procesos hacen que los colectivos sociales adquieran dinámicas tiránicas? Según los investigadores, son dos las circunstancias. Una sucede si los grupos que tienen poder defienden valores opresivos. El otro escenario tiene lugar cuando las personas que comparten valores democráticos y humanísticos no tienen éxito. Cuando la ruptura del sistema produce tal caos que la vida cotidiana se vuelve imposible, las personas se encuentran más abiertas a alternativas, incluso a aquellas que solían parecerles no atractivas. De esta manera, la promesa de un orden rígido y jerárquico se les hace más seductora.

El arte supo abordar a su modo los devenires y sentidos de las tiranías. Tanto que la literatura latinoamericana consolidó en el siglo pasado un subgénero que fue conocido mundialmente como “novela de dictadores”. Escritores como el guatemalteco Miguel Ángel Asturias con El Señor Presidente y el paraguayo Augusto Roa Bastos con Yo, el supremo, entre tantos otros, ficcionalizaron historias de arbitrariedades y sometimientos de los poderes tiranos. En todos los casos, la narración intenta dar sentido a la pregunta que también había interpelado a la filosofía y a la ciencia: ¿cómo es posible que la tiranía suceda?

Más acá en el tiempo y en la geografía, el discurso de la justicia dejó grabado en la memoria un lema sobre tiranos y tiranías. Fue cuando el fiscal Julio César Strassera en el final de la acusación contra la Junta Militar que encabezó la última y sangrienta dictadura argentina dijo a los señores jueces: “Nunca más”.